Nos moldeamos conforme a la
persona que está frente a nosotros. Lo hacemos de forma consciente
(o no) para acercarnos más a esa otra forma de ser diferente con la que
queremos establecer cualquier tipo de relación. Algunos/as aseguran con convicción
"yo siempre soy la misma persona" y lo hacen en la consciencia de que mienten
con firme convicción. Nadie es el mismo siempre, a no ser que tu avión haya caído al
mar y seas un náufrago en una isla desierta cuyo único amigo es una pelota de
futbol. Y aun y así, ese naufrago también se modela frente a la pelota porque
necesita acercarse a otros, aunque se trate de una ilusión.
Cuando alguien contempla una
relación BDSM (o una relación sexual) donde una persona se impone a la otra (o
donde una persona adopta una posición sumisa frente a otra), uno de los
argumentos para rechazarlo es que todo es irrela. El argumento es que esa
persona sumisa o esa persona dominante están actuando porque no son así en la
vida real, les acusan de moldearse para conseguir un propósito.
La realidad es algo diferente,
llevo 38 años practicando BDSM y puedo asegurar que, cuando sucede, es el mágico instante donde las
personas son más puras y auténticas que nunca, un espacio seguro donde te despojas de toda pose y actúas sin moldearte, sin
juzgar ni ser juzgados en un ejercicio de libertad y placer (intelectual). Porque la persona que tienes frente a ti quiere eso de ti, igual que tu de ella. Y es
entonces que me doy cuenta de que en una relación BDSM no nos
moldeamos como dominantes o dominados sino que es en la vida cuando nos
moldeamos como esas personas moralmente impecables que la sociedad espera de
cualquier persona de bien.
Aunque todo es relativo, de acuerdo. Incluso ese naufrago tenía momentos de lucidez donde lloraba amargamente mientras observaba la hermosa estampa la luna reflejada contra el mar, rodeado de un paisaje idílico.