La primera vez que la vi, supe
que tenía un problema. No uno de esos problemas que son que el coche no arranca
o te duele una muela. Estoy hablando de un problema de verdad. La primera vez
que su mirada se cruzó con la mía sentí que cientos de afilados cuchillos desgarraban
todos y cada uno de los órganos de mi ser. Pero sucedió que la pareja de ella y
mi pareja me envió otro mensaje imposible de procesar: no puede ser.
Desde ese día, empecé a buscarla
sin querer admitirlo. Veía su mirada cansada en cualquier otra mujer, veía su
pelo lacio en otra mujer, su fina boca que, al sonreír, mostraba unos dientes
perfectos. Pasaba los días en todos los bares de la ciudad con la esperanza de
verla entrar. La tragedia de este obsesivo acto es que ella no vivía en la
misma ciudad que yo. Volví a verla, siempre rodeados de otras personas, de su
pareja y de mi pareja. Apenas una mirada fugaz cuando ella notaba mi presencia.
Todo estaba en mi cabeza porque ella solo mostraba una amabilidad y cercanía
que mi obsesión convertían en señales de que yo a ella también le gustaba. Cuando
la miraba y ella sonreía, de inmediato en mi cabeza se construía la fantasía de
que ambos estábamos atrapados el uno del otro, pero no podíamos mostrar ese
deseo.
Tomando un café, su dedo jugaba
con el borde de su taza, la forma en que su cuello se arqueaba cuando apartaba
el cabello de su rostro. La imaginaba en otras circunstancias, en otras noches,
en otras habitaciones. La imaginaba desnuda, en una cama, abrazados y
besándonos, nuestros cuerpos pegados, sintiendo cada parte de ella como su
fuese yo.
La obsesión creció hasta volverse insoportable.
La contacté por internet con un perfil falso, me aterraba la
idea de que ella pudiese rechazarme, o peor aún, que nuestras parejas se
enterasen. Esperaba, inocentemente, que ella se enamorase de mis palabras y luego,
le diese igual que nos conociésemos realmente, le diese igual que tuviésemos pareja.
Un plan que nunca funciona porque nunca ha funcionado ni funcionará.
Me gustaría sentarnos a hablar a solas de cosas triviales,
de libros, del clima. Con una tensión sexual no resuelta, invisible pero
palpable. Mis ojos se quedarían fijos en los labios de ella cuando hablaba. Imaginaba
que cuando sucediese eso, estando solos, ella se humedecería los labios a
propósito, sosteniendo su mirada un segundo más de lo necesario. Aunque estuviésemos
rodeados de otras personas.
Me gustaría besarla, imagino que con una mezcla de ansiedad
y deseo contenido. Encontrando nuestros labios en la penumbra del coche, en un
beso que no tiene derecho a existir. Mis temblorosos dedos recorriendo la piel
de su cuello.
Nunca la he preguntado nada. Porque algunas líneas, una vez
cruzadas, no permiten regreso. Sigo soñando que ella se enamore de mi avatar y
acepte nuestra imposible realidad.