martes, 17 de abril de 2018

Acerca de las falsas sumisas

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El siguiente texto lo publiqué en la web todorelatos.com hace aproximadamente veinte años. Lo he recuperado por casualidad, porque estoy haciendo una recopilación de mis relatos y este, en cierta manera, no acaba de encajar en el conjunto. Pero me parece una interesante reflexión sobre el fracaso y la mentira. Ahora que lo releo me doy cuenta de que no soy la misma persona, tanto literariamente como amo. Antes entendía el fracaso como algo ajeno a mi (o principalmente ajeno). Ahora intento aprender del fracaso y entender los motivos de la forma más objetiva. La juventud es letal.


ACERCA DE LAS FALSAS SUMISAS

He conocido gente de toda raza y condición. La mayoría de esas personas vinieron a mí, en pocos momentos fui yo a por ellas, ahora no soy capaz de recordar cuando sucedió que. He conocido a tantas personas que mis recuerdos se enmarañan, mezclando nombres, caras, momentos y lugares. Aunque cuando acudo a esa memoria, rara vez acierto. Algunas de esas personas leerán estas líneas y creerán que menosprecio cuanto sucedió porque el olvido es la peor consecuencia. Nada más lejos de mi intención. Todas las personas (mujeres) con las que traté a lo largo de mi vida han sido importantes para mí, ya estuviésemos tomando un inocente café y hablando de dominación (y por ende, de sumisión) o ya estuviesen atadas en el suelo, inmovilizadas y a mi merced. Todas fueron igual de importantes. Y os preguntaréis por qué hablo en pasado. La respuesta es simple: porque aun me queda por conocer, demasiado por vivir. El pasado es una parte de nuestra vida que, por muy importante que sea, sigue siendo insignificante contra el poder del presente. Aunque este relato cuenta sobre el pasado. ¿Y el futuro? Espero que a eso dependa de vosotros porque la sorpresa hace un más importante el presente

Durante todo el tiempo que he publicado relatos se acercaron hasta mí personas de toda raza y condición. Muchas de ella no han resultado ser lo que decían y, a pesar de eso, nunca las culpé: vivían en su mundo y creían poder traspasar el umbral con la comodidad y facilidad con la que te haces un café un sábado por la mañana.

Mientras escribo estas líneas, un sábado por la mañana, estoy leyendo los correos que me ha enviando mis lectores mientras escucho a U2. Es curioso, hay artistas que despiertan mi más profunda inquietud intelectual, aunque pueda reconocer que todos son unos falsos intelectuales. U2, Woody Allen o incluso Bukowski son algunos de ellos. Falsos intelectuales nacidos en la calle y elevados a los altares de la admiración. Su intelectualidad es fácil y nos hace sentir más listos de lo que en realidad somos.

Eso no es malo.

De la misma manera que existen falsos intelectuales, también existen falsas sumisas. Mujeres que despertaron en mí a mis más insondables instintos y consiguieron engañarme maquillando su mediocridad con fantásticas promesas. Lo sé, debería haber reconocido el engaño, pero sucede que también soy humano. Todos estos años dominando y sometiendo no han conseguido que mejore en mi manera de afrontar todo esto. Sigo confiando en las personas, incluso más que en mi mismo.

También puede suceder que sea yo el falso amo, el mediocre, el que cree que simplemente con levantar una mano puede conseguir que media docena de sumisas se arrodillen a mis pies.

¿De quien es la culpa? En el fracaso no hay un único culpable. Y mientras existan las falsas sumisas, existiremos los amos equivocados.

Hace años conocí a la que podría ahora definir como la más perfecta falsa sumisa, se trataba de una mujer de cuarenta años, vivía en Castellón (debo aclarar que yo vivo en Barcelona) y contacté con ella por pura casualidad a través de un chat. Lo que más me sorprendió fue su seguridad acerca de casi todo, quizás fue por eso (y por mi inexperiencia en aquella época) que no vacilé en coger mi coche e ir a Castellón. Era el mes de julio y yo estaba de vacaciones, me quedaban dos días y pensé que podía resultar una buena manera de gastarlos.

Cuando llegué a Castellón y la vi me di cuenta de que todo cuanto me había dicho era mentira. No era joven, tampoco delgada, ni aun menos guapa. Os cuestionaréis ahora mi "ética" juzgando a las personas por su físico. Pero no: poco importa si una sumisa es joven, delgada o guapa. He tenido sumisas de toda raza y condición.

Pero lo que no soporto la mentira.

No obstante, imaginé que también podía resultar divertido hacerle pagar por ello así que fuimos a un motel de carretera y nada más cerrar la puerta la obligué a arrodillarse.

—Chúpamela —ordené.

Ella negó con la cabeza. Todas sus promesas, todas esas fantásticas intenciones, toda su firmeza no era más que una muralla que podía derribarse con la primera orden. En una ocasión me había dicho "soy la mejor sumisa que encontrarás nunca".

El problema de frases como esa es que cualquiera puede decirlas, pero casi nadie puede cumplirlas.

La agarré con fuerza del pelo y la obligué a que me la chupase, lo hizo torpemente, proporcionándome más dolor que placer así que le arranqué toda la ropa y la tiré encima de la cama. Entonces me dirigí a mi bolsa y comencé a regirar en busca de las cuerdas.

Ella comenzó a gritar.

—¿Qué sucede ahora? —pregunté.

—¿Qué guardas en la bolsa? —preguntó aterrada.

¿Qué diablos iba a guardar? ¿Una sierra mecánica? Saqué las cuerdas y se las enseñé, después la até a la cama y le puse unas pinzas en los pezones. Sus pechos eran grandes, pero sin pezón apenas. Me costó dios y ayuda, aunque a los dos segundos ya me suplicaba que se los quitase. Debo decir que había salido precipitadamente de casa y no había encontrado más que una especie de pinzas de ropa de plástico en un área de servicio de la autopista que apenas oprimían más que un malintencionado pellizco infantil. La mejor de las sumisas, la que había soportado mil y un castigos me suplicaba que le quitase unas pinzas que harían sonreír a un bebé. Le quité las pinzas y la azoté un poco, pronto descubrí que eso tampoco podía soportarlo.

No aguantó nada de cuanto hicimos. Ni tan siquiera mi polla pudo entrar en su ano que "teóricamente" había albergado cientos de pollas (o la misma polla cientos de veces, no lo recuerdo ahora).

Tuve que contentarme con correrme en sus tetas, ver como se duchaba mientras con su conversación dudaba de que yo fuese amo. Después la llevé en coche a su casa.

Cuando la dejé me quedé sentado frente al volante mirando al horizonte. Perplejo y desorientado. Había estado con una falsa sumisa y había conseguido que me sintiera como el más falso de los amos.

Una situación como esta sucede más veces de las que deseamos. Pero con el tiempo nos acostumbramos, quizás aprendemos.

Deberíamos aprender.

Cuando encontréis un nuevo amo o una nueva sumisa (o una nueva ama o un nuevo sumiso), olvidad vuestra soberbia y exponed simplemente toda la verdad acerca de vuestras experiencias vividas. Nadie os rechazará por ello. Que no os asuste el no saber nada del tema. La gente con experiencia preferimos una sumisa novata a una sumisa experta.

Pero nunca mintáis.

De la misma manera que existen falsas sumisas también existen falsos amos y todos ellos están abocados al fracaso más absoluto. Con la mentira como cimientos apenas se puede construir nada estable, ni tan solo una simple sesión de cinco minutos. La auténtica sumisa es la que se siente sumisa. La experiencia es irrelevante. Es solo un dato. Recordad eso.

Os lo cuenta un humilde amo.

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