sábado, 6 de marzo de 2021

El nombre prohibido (relato)

 

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Su nombre era X y la conocí por internet. Lo primero que me sorprendió fue ese nombre de pila del que tan solo puedo escribir su inicial. Por discrección, claro está. Le pregunté varias veces si ese era realmente su nombre porque no acaba de creer que alguien pudiese haber sido bautizado con un nombre tan bonito y tan curioso al tiempo, tan acorde a una personalidad peculiar como la suya, Y es que, en ocasiones, nuestros nombres nos definen más que nuestros actos, aunque no digan nada de nosotros. X era más joven que yo y cuando digo "más joven" quiero decir "mucho más". Aunque eso no parecía importarle. A mí menos. Su personalidad era la de una sumisa que quería ser sometida sexualmente por hombres mayores que ella. Mucho más mayores. ¿Por qué? Le pregunté. Su respuesta fue que le daba morbo ser completamente pasiva y sumisa en manos de alguien mayor que ella. Mucho mayor. X tenía el pelo rizado y unas grandes gafas redondas, era delgada y su físico transitaba entre el pecado y lo más virginal. Entre lo masculino y lo femenino. Entre el deseo y el miedo. Quedamos en vernos en mi casa, ella quería probar a ser mi sumisa sexual y a mí me encantaba esa personalidad entre sumisa y apocada, su aparente desinterés y las expresiones propias de su edad, tan alejadas de la mía.

La ordené que viniese vestida con medias negras, botas, una falda roja corta y una camisa semitransparente. Y, obedientemente, así apareció. Solo que lo hizo escondida bajo un jersey y un abrigo que la protegían de las miradas lascivas como las que yo, ahora mismo, estaba usando para mirarla después de haberse quitado esas prendas de abrigo sobrante.

La miré a los ojos. Era atractiva, De una belleza inusual. Para mi era como un hermoso animal enjaulado y deseando que alguien abriese la jaula para que le volviesen a capturar y la devolviesen a la jaula. Así era ella.

Comencé a tocarla, por encima de la ropa, por debajo de la falda. Me comporté, a conciencia, como ese viejo verde que se aprovecha de la jovencita inocente. ¿Acaso no era esa nuestra situación? Éramos amo y sumisa, pero también éramos viejo verde y jovencita curiosa. Como el lobo y Caperucita.

Eso es.

Después la cogí con fuerza del pelo, la obligué a arrodillarse. Le puse una venda en los ojos y mi polla en su boca,

Durante dos horas, el lobo abusó de Caperucita a conciencia mientras la dulce sumisa desplegaba todo un catálogo de pasividad e intención sexual, El lobo disfrutó de la pasividad de Caperucita hasta acabar devorándola, como en el cuento. Caperucita también disfrutó sintiéndose útil, sintiéndose usada y sintiéndose deseada. Todo cuanto sucedió fue lo que debía suceder con dos protagonistas cuyas vidas nunca deberían haberse cruzado. Con dos personas, edades y procedencias tan diferentes como las del cuento de Perrault.

Porque lo que sucedió, en realidad, es que aunque el lobo repetía que quería comerse a Caperucita (y así lo hice), la realidad fue que Caperucita salió vencedora de aquel desigual combate. ¿Quién domina a quien? Aseguran que el dominante es aquel que ordena y el dominado es quien obedece. Esta definición funciona en la mayoría de las ocasiones. Pero que uno ordene y otro obedezca no significa que uno consiga más que el otro.

Porque, pese a su aparente apatía, Caperucita deseaba ser devorada por el lobo aún más que el deseo del lobo por devorarla.

Y después, X volvió caminando por el sendero del bosque, en dirección a su casa, donde le esperaba una vida donde no podía decir cuanto había disfrutado siendo usada un viejo y resabiado lobo.

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