sábado, 24 de abril de 2021

De amos, sumisas y dragones

 

Reír y Gemir

Dos personas en un lugar repleto de otras personas, todas sentadas en mesas. Los otros están charlando, bebiendo, quizás discuten, puede que sea la primera o la última vez que se vean. Son un murmullo en el silencio, son las piedras del riachuelo o los posos del café. Son los extras de una película que comienza a acabar de rodarse solo que aquí no hay actores, ni director, ni tan siquiera una cámara que registre cuanto sucede. Y, a un lado, dos personas, vamos a centrarnos en ellas. Acaban de conocerse, han hablado varias veces por teléfono, conocen algunas cosas el uno de la otra (y viceversa, claro). Al verse (por vez primera) ella se ha abrazado a él y le ha olido el cuello, deseosa de saber si ese olor la removerá por dentro, o no. Antes de ser olido, el hombre la ha observado de arriba abajo y viceversa, haciendo honor a su género y a tiempos pasados. Como si lo único que le importase fuese que ella tuviese unas buenas caderas y unos buenos pechos para parir y amamantar a su primogénito. Pero resulta que ni a ella le interesa el olor de él ni a él le interesa el físico de ella. Son tan solo uno de esos momentos donde, por vez primera, tu cerebro escoge una de las opciones posibles.

Sentados en la mesa, rodeados de desconocidos, esos otros dos desconocidos comienzan a hablar y comienzan a sentir. Han hablado de mucho antes del momento actual y podría parecer que no tienen nada que contarse. No obstante, esas mismas palabras de antaño pueden son repetidas y adquieren un nuevo y corpóreo significado.

El hombre, además de muchas otras cosas, en ocasiones ejerce el rol de amo. Lo hace desde que tiene uso de razón y carné de conducir. Lo hace porque en esos momentos puede liberarse y sacar un yo que es diferente a su yo habitual. Poco importa si el rol es ser amo o ser él mismo, porque el hombre ha encontrado ese equilibrio de quien aprende por primera vez a montar en bicicleta, de quien disfruta vistiéndose de payaso.

La mujer, además de muchas otras cosas, alguna vez ejerció de sumisa. Y este ejercicio sucedió en un tiempo cercano. Caminando aun con paso vacilante hacia ese portal donde hay un cartelito que dice “yo”. Para la mujer, ser sumisa no es un objetivo, pero sí que es un camino que desea continuar explorando con la cabeza en los hombros y los pies en el suelo. Con una potente linterna en la mano, una mochila repleta de curiosidad y el deseo de que todos los animales que encuentre en el bosque, no sean depredadores, pero tampoco sean el osito del anuncio de suavizante.

Esa pareja que no son pareja ni tampoco desean serlo, continúan charlando mientras el resto de las personas se transforman en gigantescos dragones y comienzan a batir sus alas, volando a su alrededor. Algún que otro dragón abre sus fauces y comienzan a quemar el bar donde están todos mientras el dueño, con su inmenso bigote pelirrojo en llamas, sale corriendo.

Y mientras, el amo y la sumisa, siguen charlando, ajenos a todo cuanto sucede a su alrededor. Inconscientes de que puede quemarse en segundos. Siguen descubriendo palabras pronunciadas por el otro, su mirada, la forma de mover las manos. Siguen escuchando cosas que ya escucharon, pero que les apetece volver a escuchar. A su alrededor, el bar se desmorona envuelto en llamas mientras los dragones, antaño también clientes, lanzan desgarradores sonidos propios de un animal que ha dejado escapar a su presa.

Y mientras sucede, el amo no es capaz de esconder el deseo de que llegue pronto el momento en que se queden solos para meter su mano dentro de la ropa interior de ella y comprobar como de húmeda está. La primera vez le prometió que sucedería eso y ella le contestó que más valía que lo hiciese. La mujer también está deseando quedarse a solas para que la mano de ese hombre descubra cuanto la excita, para que los dedos de ese desconocido se deslicen entre los jugos de su entrepierna.

Las únicas personas que están allí son ellos dos, además del humo, el fuego y los escombros. Y, a pesar de su soledad y del caos. Siguen hablando y siguen deseando quedarse a solas.

Ajenos a cuanto sucede en el mundo a su alrededor.

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