La milonga de la “justicia divina” (también conocida como “Karma instantáneo en polvo”) es un concepto parte metafísico (parte carne de psicólogo) que asegura la existencia de algún “ente” desconocido, quien hace que las personas reciban en la misma medida que hacen. Si te portas mal, alguien se encargará que se porten mal contigo. Y viceversa. ¿Quién es ese alguien? Quizás el mismo que pilota ovnis o camina sobre las aguas... quien sabe.
Con el paso del tiempo descubres que, por mucho que intentes hacer el bien, peor resultados obtienes. Esta contradicción a la regla del karma es consecuencia del mecanismo que hace que las personas se relajen cuando todo fluye y se olviden de que el hecho de recibir amabilidad por parte de los demás es algo por lo que deberían sentirse afortunadas.
Es por eso mismo que, cuando recibimos silencio o indiferencia en una relación (del tipo que sea), a partir de ese momento devolvemos la pelota y nos comportamos también de forma silenciosa o indiferente. ¿Por qué lo hacemos? No es por venganza, sino porque creemos firmemente que así debe ser: pagar con la misma moneda.
¿Y a dónde nos lleva eso? Al final de cualquier tipo de relación.
¿Entonces que hacer? ¿Pagar con la misma moneda o sentarnos a dialogar cuando la otra persona se ha acomodado tanto que es incapaz de reconocer ningún mérito ajeno? Nada, diálogo o puerta. Y nada tampoco es una opción. ¿Diálogo o puerta? El Karma nos dicta que le demos puerta, la reflexión nos dicta que dialoguemos.
Bendito Karma cuando funciona bien. Aunque sea una milonga.
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