La mujer se ha detenido frente a la puerta de un edificio. Observando la puerta de hierro, también observa cuanto sucede a su alrededor: una zona peatonal con terrazas de bares, gente divirtiéndose, paseando, comprando. Todos parecen felices. ¿Lo serán? Ella debería sentirse feliz, ese ha sido su estado natural los días anteriores hasta llegar a esa puerta. Ahora, de repente, se ha transformado en miedo, una nueva sensación que ha paralizado sus piernas. La gente, a su alrededor, siguen caminando, observando de reojo a la muchacha, vestida con una fada negra y una cazadora de cuero, también negra, negra como sus medias y sus botines, como la raya que decora su ojo o el pelo que cae sobre sus hombros. La única nota de color son unos labios pintados de un rabioso rojo, como un faro que anuncia donde está el peligro.
La mujer sigue con la vista
clavada en la puerta mientras un desasosegante calor se transporta de su corazón
a su sexo y viceversa, transitando y palpitando ambos órganos como uno solo. Está tan
excitada que también tiene miedo de dar dos pasos para acercarse a la puerta
por si le fallan las piernas y cae al suelo.
Conoció al hombre hace meses y nunca
lo ha visto en persona, estuvieron hablando durante semanas hasta que la
conversación se interrumpió y volvió a retomarse hace tan nada más que una o dos semanas. La
mujer tiene veinte años, por lo que aquel hombre podría ser su padre, incluso su abuelo,
aunque esa diferencia a ella le da absolutamente igual, incluso lo ve
excitante, perverso y cercano a un juego de roles hija/padre que le apetece
explotar. Le apetece demasiado convertirse en la inocente y rebelde hija de papá que necesita un severo castigo o un merecido premio.
El escenario que han diseñado para su encuentro es extraño, ella estará todo el rato con los ojos vendados y no verá al hombre ni al entrar ni al salir. Pero después de estar juntos, se verán por primera vez en un bar cercano tomando algo. Esa idea la excita sobremanera, el no tener que fijarse en los detalles, no estar condicionada por nada más allá de dedicarse a experimentar, a sentir placer y a… eso otro. La mujer casi siente vergüenza de sus propios pensamientos, de su realidad. Es la primera vez que un hombre va a penetrarla. Sí, es virgen. No una virgen al uso de esas que apenas enseñaban un tobillo y se santiguaban cada vez que alguien decía algo inapropiado. Porque su virginidad nace de la voluntad de ofrecérsela a quien realmente la valore. Veinte años sin ser penetrada, pero no veinte años sin acostarse con hombres y mujeres. En pleno siglo XXI, pensar que una mujer virgen nunca ha tenido sexo es como imaginar que una mujer debe mantenerse virgen hasta el matrimonio.
Y ella ha decidido entregarle su virginidad a ese perverso que podría ser su abuelo. ¿Se ha vuelto loca? Posiblemente, pero lo siente como una dulce y necesaria locura. O, por decirlo de otra forma, siente que ese hombre es el único que realmente valorará ese momento y también el único que la hace sentir cómoda, confiada y pudiendo abrir sus emociones. Algo que siempre le ha costado hacer con cualquier tipo de persona. Quizás por eso ha decidido entregarle su virginidad, porque más allá de esa perversidad que tanto la atrae, ese hombre no la ve como la ven el resto. ¿O será todo una artimaña para acostarse con ella? No lo cree.
¿Por qué va a hacerlo? Sigue
congelada, frente a la puerta. Lo único que desea es subir, colocarse el antifaz,
que el hombre la ate a la cama y le coma el coño. Lo único que desea es sentir
a un hombre entrando lentamente en ella por primera vez en su vida, no
cualquier hombre, sino ese hombre. También se muere de ganas de darle placer, de
que él tenga un orgasmo en su boca y ella se lo trague. Todo inapropiado, todo
perverso, todo pactado. Desea que sucedan más cosas, casi todas sucias y prohibidas, todas perversas. Porque sabe que aquel hombre nunca juzgará sus deseos, nunca juzgará sus actos, sino que la aceptará tal y como es. Su esencia, sus miedos, sus fantasías...
¿Será eso lo que la tiene congelada en el medio de la calle? Lo inapropiado… ¿Es inapropiado? Entonces la mujer da dos pasos y oprime el botón del portero automático del piso de quien va a desvirgarla.
Porque cualquier cosa podría
frenarla en este mundo, pero nunca la frenará lo que los demás juzguen como
apropiado o no. Ya no.