En la confianza, como con la culpabilidad, existen diferentes formas de enfrentarse a ella: o desconfiamos hasta que nos demuestren lo contrario, o viceversa. Es cierto que es más fácil confiar en según que personas y desconfiar de según qué otras, pero también es cierto que cuando se comete un asesinato siempre aparece en las noticias un vecino en pijama diciendo “pues parecía una buena persona, nunca daba problemas”. ¿Confiar o desconfiar? Depende de lo que vayas a hacer o como te vas a relacionar con esa persona. Evidentemente, en el BDSM ha de existir una confianza que evolucionará desde una necesaria desconfianza. Pero si vas a comprar un lenguado y el pescadero te asegura que es fresco, las consecuencias de una excesiva confianza tampoco serán letales, como mucho será una cena fallida. Así pues, confiar o desconfiar de primeras depende, muchas veces, del “que” y no del “quien”, hay personas que siguen desconfiando de forma “automática”. La mayoría de las veces esa desconfianza natural nace de experiencias pasadas, de como los demás ven a esa persona (y lo que creen que pueden “conseguir” de ella) o simplemente porque nuestra personalidad se basa en la desconfianza. También existe la desconfianza nacida de la vulnerabilidad, del miedo a no saber defenderse, lo que hace que convirtamos riesgos en realidades a causa del miedo a cuanto pueda suceder. Todos, en cierta manera, en algún momento, nos hemos sentido así. Reconozcámoslo y así podremos comprender a los demás.
Si a una persona le cuesta abrirse, también le costará confiar, porque la confianza se construye desde el conocimiento mutuo y, para eso, hay que abrirse.
No me preocupa la gente desconfiada por naturaleza porque no desconfían de mí, sino que desconfían de todos o de ellos mismos. Además, estoy cargado de una paciencia cuasi infinita y, a no ser que me provoquen, estoy dispuesto a invertir todo el tiempo del mundo en derribar muros si la otra persona me resulta interesante.
El problema llega cuando la desconfianza se torna en mala educación. Pienso que todo el mundo es inocente hasta que se demuestre lo contrario. Por eso, si no he hecho nada, no merezco ser castigado. Aunque, incluso con la gente maleducada, hay que intentar comprender que no están desconfiando de nosotros sino de ellos mismos. Y esa es una tortura que llevarán por siempre. Tanto su pésima educación como su desconfianza que, aunque no lo sepan, son dos cosas diferentes.
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