Hay dos formas de enfrentarte a tu primer viaje en planeado. Sea cual sea la forma, tu cerebro siempre formulará cientos de preguntas todas con la misma respuesta: ¿por que no? Cuando nos preguntamos acerca de acontecimiento que creemos vitales (y subirse a un planeador plantea opciones donde pierdes toda vitalidad) las respuestas suelen ser siempre negativas, rebuscando entre las telarañas de nuestra mente aquellas excusas que mejor construidas estén, las que mas nos convenzan. El símil del político: que la mentira parezca una brillante verdad. Y eso se consigue a fuerza de repetir la mentira o bien despreciando cuanto de real hay en la realidad misma.
Antes de subirme a un planeador mi mente construirá cientos de excusas para no hacerlo, comenzando por alguna noticia de algún planeador estrellado (que puede incluso ser falsa) hasta la necesidad de volver a casa a abrazar a tus seres queridos (o a tus Funkos, si vives solo).
Llegado el momento de la verdad, contemplas a todos esos otros seres humanos tomando asiento en la incómoda cabina de los planeadores alineados en la pista, uno tras otro. Pues no parece que sepan que van a morir en una terrible agonía empotrados contra el suelo, te dices. Todo lo contrario, parecen sonreír, hace viento, las temperaturas indican que hay muchas bolsas de aire caliente en el cielo y todo se plantea como el mejor de los escenarios. La mejor de las experiencias. Algo único.
Pero te niegas a subir al planeador, mientras ese político que llevas en tu interior sigue construyendo mentiras para que mantengas los pies firmemente pegados al suelo. Para que votes por quedarte en tierra abrazando el conformismo mas radical.
Finalmente decides subir al planeador y acaba siendo una de las experiencias mas fantásticas de tu vida.
Podrías haberte estrellado, claro.
La única vez que me subí en un planeador estaba aterrado, acabe vomitando, mareado y con ganas de morir. Pero fue una de las experiencias mas hermosas de mi vida.
De la vida.
Y así es la vida.
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