viernes, 15 de agosto de 2025

El BDSM como camino de autoconocimiento y empoderamiento

 


El BDSM, más allá de todas esas cuerdas, látigos y órdenes que parecen instrucciones castrenses, puede convertirse también en una vía reveladora para conocerse a uno mismo. No hace falta tener una mazmorra en casa ni saber hacer nudos marineros para empezar a explorar. Lo primordial es la curiosidad, el respeto y, sobre todo, el consentimiento. Si conocéis el BDSM ya sabréis que no se trata de sufrir por sufrir, sino de comprender que es aquello que nos mueve y qué nos libera. Porque el BDSM nos hace sentir vivos… aunque sea con una venda en los ojos y alguien diciéndote que ni se te ocurra mover ni uno solo de los músculos de tu cuerpo.

Las personas descubren en el BDSM aspectos de sí mismas que ni la terapia ni los retiros espirituales logran sacar a la luz. Hay algo en todo esto de jugar con el poder, en cederlo o tomarlo, que desvela patrones emocionales, heridas antiguas y deseos que estaban escondidos detrás de la cortina del “yo soy normal” o "no tengo ningún problema". Spoiler: nadie es normal y todos tenemos problemas. En eso consiste vivir. Porque en el juego del BDSM (es un juego, contempladlo siempre así) uno aprende a poner límites, a comunicarse con claridad y a confiar, que no es poca cosa en estos tiempos donde hasta pedir un café descafeinado con leche de avena puede generar conflicto y ansiedad.

Volviendo al tema de los "juegos", el BDSM tiene algo que pocas prácticas ofrecen: la posibilidad de reírse de uno mismo. De acuerdo, hay momentos intensos, pero también hay palabras de seguridad que suenan a broma, posturas que desafían la lógica del cuerpo humano y silencios incómodos cuando la persona dominante ha olvidado el guante de látex en el microondas. Y en medio de todo este festival de lo ridículo, uno se empodera. 

Elegir cómo, cuándo y con quién explorar tu deseo es un acto de soberanía personal. Cuando la gente empieza en la sumisión, gente joven, los demás (aquellos que conocen su "secreto") piensan que es un acto de rebeldía sin entender que, por muy joven que uno sea, la responsabilidad con uno mismo está construida en base a la exploración, el conocimiento, el descubrimiento de otros placeres y las emociones. 

Así que no, no es solo un juego raro de adultos con tiempo libre. Es una práctica que, bien llevada, puede ayudarte a conocerte mejor, a sanar, a conectar y, por qué no, a descubrir que tu versión más auténtica aparece justo cuando te quitas la máscara… o te la pones. 

Los que intentamos analizar el BDSM desde un punto de vista pragmático, siempre nos topamos con la misma pregunta: ¿somos mas auténticos cuando llevamos la máscara o cuando nos la quitamos? Es decir ¿el rol nos libera o es un juego que nos ayuda a liberarnos cuando no estamos en el rol? Volveré a plantearlo de forma aun mas simple: quien es mas nuestro yo ¿cuándo asumimos el rol o cuando no?

He tenido la oportunidad de conocer a mujeres que, en el ámbito del BDSM, se identificaban como sumisas, mientras que en su vida cotidiana desempeñaban roles de gran responsabilidad, tanto en el entorno laboral como en el familiar. Eran personas acostumbradas a tomar decisiones complejas, con implicaciones que a menudo les generaban una carga emocional considerable. Para ellas, adoptar una posición sumisa no representaba una contradicción, sino una forma legítima de descanso psicológico: una pausa voluntaria en la exigencia constante de tener que sostenerlo todo, de tener que ser la mejor, la exigencia de ser mujer y no equivocarse.

Esto plantea una pregunta interesante: ¿Eran más auténticas, en su rol de mujeres empoderadas o en su vivencia como sumisas? Tal vez la respuesta no esté en elegir entre una u otra, sino en reconocer que ambas facetas pueden coexistir con coherencia. El problema surge cuando se parte de la premisa errónea de que una mujer que se somete voluntariamente ha renunciado a su autonomía, a su individualidad o a su libertad. Esta visión ignora un aspecto fundamental: esa mujer ha elegido conscientemente la dinámica de la sumisión porque en ella encuentra seguridad, afirmación y poder. El acto de someterse, lejos de ser una negación de sí misma, puede ser una forma subconsciente de ejercer control sobre tu propia experiencia emocional y física.

Cuando finalizo una sesión siempre pregunto a la otra persona como se siente. Minutos después se sienten felices pero también agotadas, removidas por dentro... si repites la misma pregunta al cabo de unas horas esa persona te dirá que se siente poderosa. Es una pauta común, no se puede generalizar pero sucede demasiado a menudo. ¿Por qué perder la libertad cómo un juego de rol puede empoderarnos? El el título de este texto "El BDSM como camino de autoconocimiento y empoderamiento" no está puesto porque si: es una realidad absoluta.

Siempre que hagas las cosas bien... eso si. 

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Si quieres saber más sobre este tema o proponerme algún tema sobre el que escribir, puedes contactar (discretamente) conmigo a través de INSTAGRAM @dopplerjdb / TELEGRAM @jdbbcn2 / eMAIL john_deybe@hotmail.com



martes, 12 de agosto de 2025

Una nueva forma de adrenalina: BDSM y parques temáticos



En los últimos años (y ya van demasiados) ese milenario país que es Japón ha vuelto a captar la atención global por una tendencia social curiosa y provocadora: el BDSM recreativo en parques de atracciones. Lo que comenzó como encuentros esporádicos organizados por comunidades alternativas, de repente, se ha masificado en eventos temáticos organizados y hasta autorizados dentro de algunos recintos de entretenimiento.

Pero la auténtica pregunta aquí no es si eso es algo normal o no, aquí la única pregunta es por qué llamamos a Japón cultura milenaria cuando prácticamente todos los países tienen una cultura milenaria. Es como lo de los ninjas... si muchos países tienen cultura de ninjas y solo conocemos a los japoneses... ¿eso no sería porque son los peores y no saben esconderse?

Perdón por la dispersión, volvamos al BDSM recreativo. ¿Qué diablos es eso? El BDSM se practica (tradicionalmente) en entornos íntimos y consensuados, es decir, en la intimidad de tu hogar o en oscuras mazmorras con aroma a látigo y lubricante. Sin embargo, en Japón, país conocido tanto por su cultura del respeto como por su tolerancia a las más diversas formas de expresión sexual y estética, es donde ha surgido esta nueva versión: el BDSM como experiencia lúdica y estética, ambientada en espacios controlados. Y es que en Japón, el BDSM en Japón es toda una industria (como cualquier cosa relacionada con el sexo). Un país de marcados tintes patriarcales donde, curiosamente, lo que mas abundan son las dominatrix. Al japonés le gusta ser humillado por una mujer. ¿Por qué? Responder a esta pregunta no es el propósito de este texto, pero tenemos que tener en cuenta, antes de nada, la paradoja de lo publico y lo privado como dos caras de una misma moneda. En lo privado hay centenares de Bondage Bars donde miles de hombres poderosos (ya sea económica o socialmente) buscan la dominación femenina.

Los eventos relacionados con el BDSM tanto en los Bondage Bars como en los parques temáticos de BDSM no implican actividad sexual e incluso evitan el contacto explícito. Se centran en la estética del dominio/sumisión, el vestuario fetichista, y dinámicas cercanas a la performance como "caminatas con correa", juegos de roles, simulaciones de castigos suaves y especialmente el shibari o bondage, todo en clave teatral y con consentimiento estricto.

Es decir: mientras en los Bondage Bars actúan de forma privada, en los parques BDSM actúan en publico mostrando prácticas menos explicitas. Un lugar donde exhibirse y ser visto... lo que toda la vida hemos conocido como exhibicionismo solo que aquí, además del componente BDSM hay otro aun mas importante: está tolerado por las autoridades. ¿Os imagináis a una mujer llevando una correa con un hombre caminando a cuatro patas en una ciudad española? Yo tampoco.

Y de ahí pasamos a este nuevo escenario: los parques temáticos que son esa exhibición publica relacionada con el BDSM pero en un entorno tematizado. 

Algunos parques temáticos como Yokohama Cosmo World y recintos más alternativos en Osaka han comenzado a ofrecer noches temáticas exclusivas para adultos, donde el BDSM recreativo se convierte en parte de la atracción. Montañas rusas con "jaulas VIP", carruseles con sillas de restricción ligera y recorridos inmersivos con dominatrix actuando como guías forman parte del paquete recreativo

"Queríamos ofrecer una experiencia única, algo que combine adrenalina física y emocional", explica Naoko Shimizu, directora de marketing de un parque en Chiba que han hecho noches fetichistas. "Los visitantes no participan a menos que lo deseen, y todo está supervisado por expertos en seguridad y psicología."

Aunque sigue siendo un fenómeno de nicho, el BDSM recreativo ha ganado notoriedad y aceptación, especialmente entre adultos jóvenes interesados en explorar nuevas formas de autoexpresión, fuera de los cánones tradicionales. En realidad es una forma de liberar el estrés y jugar con los límites de forma segura. O al menos mas segura que en un local a puerta cerrada. Para muchos de esos jóvenes no es una práctica sexual sino que es algo estético, emocional, incluso artístico.

Sin embargo, no todo es aprobación. Grupos conservadores (que en Japón los hay... y muchos) han cuestionado la ética de este tipo de espectáculos en espacios que originalmente habían sido diseñados para una diversión en familia. Algunas asociaciones de padres han expresado su preocupación por la posible "normalización de prácticas sexuales en espacios públicos".

Japón no prohíbe expresamente este tipo de actividades, mientras se realicen dentro de los límites legales del consentimiento, la decencia pública y el respeto a terceros. Los parques que organizan estas experiencias establecen zonas delimitadas, horarios nocturnos y políticas de entrada exclusiva para adultos mayores de 20 años. Como un parque de atracciones al uso, vamos: zonas, horarios y control de edad... 

Los expertos en cultura japonesa señalan que este fenómeno se inserta dentro de una tendencia mayor: el cruce entre el entretenimiento temático y la exploración personal. En un país donde lo privado y lo público conviven de una forma que los occidentales no comprendemos, el BDSM recreativo en parques no parece tan raro como podría serlo en otras sociedades porque en Japón, existe una larga tradición de performance, máscaras sociales y rituales. El BDSM recreativo puede verse como una continuación de eso, adaptado a los gustos contemporáneos.

Lo que para algunos es provocación, para otros es una forma legítima de juego y autoexploración. En los parques de atracciones de Japón, el BDSM recreativo ha encontrado un terreno donde el placer, la ficción y la diversión convergen. ¿Y no es eso lo que buscamos todos al salir del trabajo? Y aunque no está exento de polémica, demuestra una vez más la capacidad del país del sol naciente y el ramen para reinventar la forma en que experimentamos el deseo, el arte y el entretenimiento.

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domingo, 10 de agosto de 2025

BDSM en la historia: de los rituales antiguos a la cultura pop




Hay placeres que no se gritan, son ese tipo placeres que nacen de una palabra susurrada al oído. También existen placeres que no se enseñan, sino que descubrimos (quizás por casualidad) sobre nuestra piel. Son momentos inesperados (aunque soñados) que nos hacen despertar de golpe. Una vez despiertos, queremos saber un poco mas sobre el BDSM desde la seguridad de la soledad, leemos cuales son las prácticas habituales, vemos esas mazmorras que aparecen en internet y creemos que el BDSM es llegamos a la conclusión de que el BDSM es algo oscuro y relativamente moderno.

Vale, puede que esté de moda, pero moderno no es porque el BDSM no nació en un club oscuro en los años 50 ni tampoco en una novela barata. El BDSM nació cuando el primer ser humano sintió que el poder podía resultar excitante, que el dolor podía acariciar, que la entrega podía liberar. Y eso no sucedió hace cuatro días, ni cuatro años, ni cuatro décadas. Hace siglos que el ser humano practica BDSM, pero solo fue hasta mediados del siglo XX donde se le puso un nombre. 

Este texto pretende ser un viaje por siglos de rituales donde el cuerpo era el altar y el gemido, la oración. Desde diosas que exigían sumisión hasta pueblos que celebraban el fetichismo, el BDSM ha sido mucho más que sexo: ha sido un símbolo. Si vas a seguir leyendo esta breve (y posiblemente errónea) historia del BDSM, debes saber que mi intención es que contemples eso que conoces como “deseo” con otros ojos. Porque la historia del BDSM no se lee con la mente, se siente con el cuerpo.

Cuentan que, en la antigua Mesopotamia, la diosa Inanna (también conocida como Ishtar, diosa sumeria del amor, el sexo, la guerra y el poder.) descendió al inframundo, despojándose de todo (incluido sus ropas, su poder y su ego) para enfrentarse a la muerte armada tan solo de su deseo, con la intención de renacer más fuerte. O sea, como esos idiotas que están todo el día en el gimnasio. En los rituales en Mesopotamia, el sexo era sagrado: una forma de comunión con lo divino, los rituales de Inanna incluían travestismo, sumisión y placer ritual. Si, hemos dicho “sumisión” y “sexo”. ¿Os suena de algo? No, no os equivoquéis, no estamos hablando de pornografía sino de teología. Dejad los juicios de valor a un lado.

Y ahora vayamos hasta Esparta, done los jóvenes eran azotados frente a la estatua de Artemisa, mientras las sacerdotisas les observaban. A este rito se le llamaba "diamastigosis", una ceremonia en la que jóvenes efebos eran azotados públicamente mientras intentaban robar quesos del altar de la diosa. Que si... ¡quesos! Pero incluso así, no se trataba de un simple juego: era una coreografía de dolor, poder y mirada. Los látigos no solo marcaban la piel, sino también el carácter. La sangre derramada se ofrecía como tributo, y las sacerdotisas observaban con solemnidad, mientras el público asistía como si se tratara de un teatro sagrado. Este ritual, aunque nacido en un contexto religioso y militar, comparte similitudes con el BDSM moderno. El dolor como herramienta de transformación y la entrega como forma de poder. Aunque con una diferencia: en Esparta, el sufrimiento era impuesto; en el BDSM, se negocia. 

Pero en ambos casos, el cuerpo habla un lenguaje que va más allá del placer o del castigo: es el lenguaje del deseo ritualizado. Sumisión, sexo, azotes y voyerismo… progresamos adecuadamente.

¿Os acordáis de Pompeya? Eso es: esa ciudad que inspiró decenas de malísimas películas gracias a un volcán que pilló a todo el mundo con el pie cambiado. Pues deberíais saber que entre los muros de una de sus casas podíamos encontrar escenas de flagelación y entrega. ¿Por qué lo sabemos? La “Villa de los Misterios” es una de las residencias romanas mejor conservadas de la ciudad. En una habitación silenciosa de esta villa, a las afueras de Pompeya, el deseo se pintó en las paredes con pigmentos que aún resisten al tiempo. Allí, entre columnas y sombras, se celebraba algo más que arte: un rito. Mujeres en trance, sacerdotisas con látigos, cuerpos en danza, miradas que no temen el éxtasis. No era teatro. Era iniciación. El culto a Dionisio, dios del vino y la pérdida de control, exigía entrega. La flagelación no era castigo, sino purificación. El dolor, una llave. El placer, una revelación. En ese espacio, el cuerpo se volvía símbolo, y el juego de poder, una forma de renacer. Lo que hoy llamamos BDSM ya estaba allí, disfrazado de religión, de mito, de ceremonia. Porque mucho antes de que se escribieran manuales o se diseñaran arneses, ya se entendía que el deseo puede ser ritual, que la sumisión puede empoderarte, que el control puede liberarte.

Y ahora viajemos unos cuantos cientos de años hasta la Edad Media, esa época oscura donde el deseo se disfrazaba de penitencia y el cuerpo se ofrecía no al amante, sino a Dios. En monasterios y alcobas, la (auto)flagelación se practicaba como acto de purificación. No era castigo impuesto, sino elección. Los flagelantes recorrían ciudades y pueblos, desnudándose de cintura para arriba, entonando cánticos a la virgen mientras se azotaban con cuerdas, cadenas o escorpiones (flagelos con puntas metálicas que desgarraban la carne), convencidos de que el sufrimiento físico podía redimir los pecados del mundo, que el dolor era una vía directa al favor divino.

Nos sigue sonando a algo... ¿verdad?

Pero no todo era religión. El amor cortés, tan celebrado en la poesía de trovadores, nos ha dejado ejemplo de una dinámica de sumisión donde el caballero se humillaba ante su dama, le suplicaba, le obedecía. Ella decidía, él se entregaba. Era devoción, sí, pero también juego de poder. Una forma de BDSM envuelta en versos y mallas ajustadas. Vamos, una ama y un sumiso.

Y entonces llegó la Ilustración y con ella, un nombre conocido en la cultura popular: Donatien Alphonse François de Sade, Ese, el Marqués. Educado entre jesuitas y guerras, refinado por la aristocracia y corrompido por su propia imaginación, Sade convirtió el deseo en filosofía y el dolor en su literatura donde el cuerpo se convierte en campo de batalla ideológico. El placer no se suplica: se impone. La moral no se respeta: se destruye. Sade no inventó el sadismo, pero lo nombró y lo convirtió en categoría. En sus textos, el látigo ya no es redención religiosa (como en la edad media) sino la afirmación de una práctica. La dominación ya no es metáfora sino un manifiesto. Su legado literario abrió una puerta que ya no se cerraría.

Hasta aquí todo claro, pero todo mal: aun no existía el consenso.

Del monasterio al salón libertino, del cilicio al corsé, del gemido piadoso al grito erótico: el deseo siguió su curso. Y el cuerpo, siempre sabio, siguió buscando formas de decir lo que la sociedad no quería escuchar hasta que un grupo de hombres (de la comunidad gay) decidió, en pleno siglo XX, usar las siglas BDSM y sacar las prácticas de los sótanos. En Berlín, Nueva York, San Francisco, nacieron templos de cuero y látex. El fetichismo se convirtió en identidad. Las comunidades leather (ropas de cuero), los clubes privados, los manuales de juego seguro. El consentimiento se volvió ley. Porque aquí, el dolor no se impone: se ofrece. Se negocia. Se desea.

Ahora si.

Y entonces, la cultura pop se rindió con ese sinsentido que significó llevar el BDSM a las estanterías de los centros comerciales. Estamos hablando de “50 sombras de Grey”, claro. Lo que antes era tabú, ahora se mostraban en pasarelas, en videoclips y en novelas (bastante malas, todo sea dicho) que se leen con una mano bajo la sábana.

Seamos claros: el BDSM no es una moda. Es un susurro que viene desde los tiempos más remotos. Un pacto entre cuerpos que se desean sin miedo. Porque en cada cuerda, en cada mordaza, en cada palabra segura, hay historia. Hay arte. Hay fuego. Hay deseo. Y hay diversión. Mucha diversión.


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