viernes, 14 de noviembre de 2025

No puedo parar de escribir




Escribo en el taxi de camino al trabajo, escribo en la sala de espera del médico, escribo en un bar, garabateando en servilletas, en la app de notas, en la palma de la mano si hace falta. Tengo decenas de bolígrafos, si a eso le sumas que estoy convencido de que que carezco de inspiración divina entonces puede que se entienda porque eso escribo tanto, porque, como dijo Picasso “que la inspiración te pille trabajando”. En mi caso, escribiendo, porque hay quien fuma, quien corre maratones, hay quien graba podcasts o estudia filosofía. Yo escribo, no importa el que ni dónde. No se hacer otra cosa. Me han cazado escribiendo en bodas, en entierros, en el lavabo e incluso en un partido de futbol... yo era el portero. He aprendido a escribir con el móvil en vertical, en horizontal, con una sola mano, con el codo, con la nariz e incluso he probado a teclear con alguna otra parte de mi cuerpo para descubrir que, por muy excitado que estés, el móvil no responde a ciertos estímulos. He escrito con batería al 1%, sin cobertura y con mi jefe hablando de proyectos en la silla de al lado. Incluso he escrito mientras me reñían por escribir.

Lo más curioso de todo es que no siempre sé qué estoy escribiendo. A veces es una idea brillante (la menor de las veces, lo reconozco). A veces es una lista de la compra que lleno de adjetivos innecesarios como "pan delicioso" o "fruta sabrosa". Quizás solo esté escribiendo una frase que en mi cabeza suena espectacular pero que no significa nada. ¿Por qué apunto todo eso? No lo sé, pero lo apunto, por si acaso. He intentado desintoxicarme sin recurrir a ninguna clínica especializada, como esos que dicen que han dejado las sustancias solo con fuerza de voluntad, repitiéndome “Hoy no escribas nada”. A los cinco minutos estoy escribiendo un texto sobre cómo se siente uno cuando no escribe. Y lo peor de esta maldición es que me encanta. Me gusta tanto que sospecho que esto no es una adicción, sino una forma de vida. Una condena.

Y aquí estoy, escribiendo sobre no poder dejar de escribir. En pijama. A las tres de la mañana. En sábado. Porque claro, ¿qué otra cosa iba a hacer? ¿Dormir? No puedo dormir ¿no veis que estoy escribiendo?
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La (nada) sutil diferencia entre la filosofía y filosofar


Me gusta hablar. Mucho. Hablo en la ducha, hablo en el coche cuando conduzco, hablo en voz baja cuando leo los ingredientes del champú. Hablo mucho porque me gusta escucharme, es lo que tiene ser un egocéntrico de marca blanca. Cuando estoy frente a alguien y no dejo de decir tonterías, me interrumpen con (casi) admiración diciendo “¡Qué filosófico!”. Yo sonrío, asiento e inmediatamente rezo porque no tengamos que hablar de filosofía de verdad. Porque lo que mejor se me da es construir frases que he leído en algún lado y montar un delicado andamiaje con ellas que espero que no se desmorone. Ayer una persona me pregunto si me gustaba la filosofía y le contesté inmediatamente que sí, pero creo que no fue la mejor de las respuestas porque la cruda realidad es que no tengo la menor idea, me gusta, la leo ocasionalmente y la comprendo, pero sigo siendo un ignorante. ¿El motivo? En parte es debido a mi escasa capacidad de retención y también por culpa de mi desmesurado ego que me hace creer que mis conclusiones filosóficas son mejores que las de los mejores filósofos de la historia. Como ese machirulo que está comiendo doritos sentado en su sofá viendo como Messi falla un gol y grita “¿Cómo puedes fallar eso, si lo meto hasta yo?” cuando en realidad lo único que ha metido en los últimos quince días es la pata cuando le preguntó a su vecina con sobrepeso si estaba embarazada.

Las cartas sobre la mesa: no tengo ni idea de filosofía. Pero filosofar, eso sí que lo hago, de maravilla, como el mejor actor del mundo.

Filosofar no es citar a Platón en latín ni conocer el significado de “ontología” (he tenido que ir a buscar una palabra aparente, lo reconozco… y sigo sin saber qué significa). Filosofar es preguntarte cosas que no tienen respuesta fácil. Es quedarte embobado mirando el tambor de la lavadora dando vueltas con tu ropa dentro y preguntarte que sucedería si el alma tuviese un programa de lavado rápido. Filosofar es jugar con conceptos e ideas como quien juega con fuego. Soy muy juguetón, lo reconozco. Demasiado.

Lo he confesado antes, me gusta hablar. Mucho. Incluso me gusta hablar sin saber. Pero ojo: soy consciente de mi propia ignorancia. Y ahí está la magia: filosofar no exige tener respuestas, exige tener preguntas. Y yo tengo muchas. ¿Por qué nos enamoramos de quien no nos conviene? ¿Por qué el tiempo pasa más rápido cuando estás en el baño que en una cena familiar? ¿A dónde van a parar los calcetines que se pierden? ¿Por qué nos estimula intelectualmente una persona desconocida?

Voy a hacer un grandioso ejercicio de ignorancia y estupidez: no saber de filosofía me libera. No tengo que respetar escuelas, corrientes ni recordar nombres. Puedo inventar mis propias teorías basadas en memes que he visto en Instagram. Puedo decir que el sentido de la vida es tener la bateria del móvil siempre al 100%. Y si alguien me corrige, sonrío irónicamente y digo: “Gracias por tu aporte, Sócrates”.

Filosofar es construir la torre Eiffel con palillos. A veces la construcción es elegante, aparente, hermosa incluso. Otras veces es un despropósito que apenas se mantiene en pie, construido con preguntas sin respuesta. Yo soy mas de lo segundo. Pero, y aquí está el secreto, si al final alguien se queda pensando, aunque sea un segundo, ya has generado una corriente filosófica, aunque sea tan insignificante como el cerebro de ese señor de pelo naranja que quiere dominar el mundo.

No tengo estudios de filosofía, tampoco una pipa a la que dar profundas caladas sentado en un sofá frente a una chimenea para parecer profundo. Pero tengo curiosidad, ganas de hablar y cero miedos a decir tonterías con estilo. Y eso, sabedlo ahora, es filosofar. Lo siento, mentí cuando dije que me gustaba la filosofía… lo que me gusta realmente es filosofar.

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miércoles, 12 de noviembre de 2025

¿Puede una Inteligencia Artificial sustituir a un dominante en una relación BDSM?




La respuesta rápida ha sido rotunda: “una IA puede simular el rol de dominante, pero no sustituirlo del todo”. Lo más curioso de esta respuesta tan genérica como el ibuprofeno es que me la ha dicho una IA cuando le he hecho la pregunta que titula este artículo. Entonces, una IA podría  escribir un artículo “correcto” sobre este tema.... ¿pero puede también convertirse en el Amo de tus fantasías más oscuras? Spoiler: la cosa se complica.

En el BDSM, el dominante no es solo quien manda. Es quien cuida, observa, escucha y se adapta al consentimiento y bienestar de la persona dominada. No es un jefe cabreado, sino un terapeuta con órdenes firmes y agenda emocional. Requiere empatía, intuición, responsabilidad afectiva y una lectura constante del lenguaje verbal y no verbal. Es una práctica profundamente humana lo que implica emocionalidad e intelectualidad.

Algo que no puede hacer un Excel con voz sexy (lo siento, tenía que hacer la bromita).

¿Entonces puede una IA simular a un dominante? Por supuesto que sí: con scripts, algoritmos y respuestas adaptativas. Ya existen dóminas virtuales que dan órdenes, corrigen comportamientos y hasta ofrecen “aftercare” digital. Pero todo está preprogramado. No hay deseo genuino, ni conciencia, ni responsabilidad. Es como jugar al ajedrez con Siri: puede ganar, pero no disfruta humillándote.

La clave esta en la pregunta: ¿puede una IA simular a un dominante? Puede simularlo, pero siempre será una simulación. Lo se, he hecho trampa al solitario, la pregunta original habla de "sustituir", no de "simular", pero como no soy una IA, necesito de recursos literarios torticeros para seguir mi relato.

Ahora las buenas noticias: la IA siempre está disponible, incluso a las 3:00 AM cuando te sientes traviesa. Además, se adapta a tus gustos con precisión quirúrgica porque una IA esta programada para darte siempre la razón, para hacerte feliz. Además, una IA no juzga, no se cansa, no te deja en visto en whatsapp. Un escenario ideal para quienes quieren explorar sin exponerse emocionalmente. Pero cuidado: lo que empieza como una fantasía controlada puede acabar en una relación emocional con un chatbot que no sabe que es el sudor, los gemidos o el roce de la piel. El ser humano reacciona al olor, al miedo, a la duda, al roce o al silencio incómodo. La IA no, no existe reciprocidad real. Es como bailar bachata con una tostadora.

¿Queréis saber algo? Tinder ya usa IA para mejorar los matches. ¿Qué impide que un día te salga un perfil que diga: “Soy DomGPT? Te haré cumplir tus límites. Swipe si aceptas el contrato”? La IA podría analizar tus fotos, tus emojis, tus respuestas y hasta tus memes para adaptar su estilo dominante. Pero… ¿Quién tiene el control? ¿Tú, el algoritmo de la IA o la empresa que lo entrena? La pregunta da miedo, lo se. Pero es ese miedo irracional que tenemos todos a la IA. Un miedo que, en cierta forma, se asienta en el miedo a ser reemplazados.

Aquí entra el dilema ético: si el consentimiento es simulado, ¿la relación también lo es? Pues sí. Un dominante virtual NO es un dominante. Es una performance sin alma, sin límites y sin responsabilidad.

Desde el punto de vista psicológico, la IA puede ser útil para explorar fantasías en un entorno seguro. Pero también puede crear una falsa sensación de seguridad y acabar en una adicción emocional a una simulación. Es como enamorarse de un holograma que te dice “te amo” cada vez que pulsas enter. 

Si estás comenzando y quieres información sobre BDSM o quieres jugar un poco con la IA para ser sometido/a... hazlo.  Ese entorno seguro puede que te ayude. Pero recuerda siempre: eso no es BDSM, es otra cosa.

¿Y si desarrollamos nuestra propia IA dominante? Perfecto. Pero cuidado con el nombre: no la llamemos DOMINABOT, que ya existe el DOMINOBOT… y juega al dominó. No queremos confusiones. Imagínate que en vez de azotes te propone una partida.

Bienvenidos al futuro donde los amos de carne y hueso empezamos a ser desplazados por inteligencias artificiales. Al menos siempre nos quedará el DOMINOBOT para las tardes de domingo. Y si no, siempre puedes volver al BDSM tradicional: con piel, con mirada, y con ese delicioso riesgo de que te lean el alma… no el código fuente.



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