La muchacha observa al hombre quien sonríe a modo de villano de película de videoclub de los 80s, de esos de pelo engominado y bigotillo tan escaso como ridículo. ¿Ese tipo es su amo? ¿Cómo puede haber llegado a tal situación? Ha abandonado su cómodo apartamento (en realidad una habitación alquilada) y ha mentido a su familia diciendo que iba a cenar con unas amigas. ¿Por qué mentir? Nada tiene sentido. Ahora esta en el coche de un desconocido quien acaba de sacarse el pene y le ha ordenado que se la chupe. Una orden que no admite discusión. La muchacha vuelve a mirar al hombre, consciente de que cada segundo que transcurra corre en su contra. Está desobedeciendo una orden por voluntad propia. ¿Y ella se llama sumisa? Finalmente, la muchacha abre la puerta y se baja del coche, cruzando el oscuro descampado a toda velocidad, aferrada a su bolso y rezando para aquel supuesto amo, no salga corriendo tras ella. La muchacha llega a la calle y detiene un taxi. Hace tan solo tres cuartos de hora abandonó el apartamento, dispuesta a convertirse en una sumisa. ¿Y ahora que? Les ha dicho a sus compañeros de piso que iba a cenar así que no puede volver pronto, aunque tampoco le apetece hacer tiempo bebiendo una coca cola en cualquier bar rodeada de otros tipos que la observarán con ojos inquisitorios, con toda seguridad. Se ha vestido con una falda corta y una camisa sin mangas. Es verano y hace un axifisante calor que pega la ropa incómodamente a su cuerpo. Decide parar un taxi y volver a casa, les dirá que se encontraba mal y que ha abandonado la cena antes de comenzar con el primer plato.
¿Se ha vuelto loca? ¿Cómo se le ha ocurrido citarse con un desconocido? Aquel tipo no era amo ni nadie con la mínima experiencia. Tan solo un hombre que quería que alguien se la chupase sin perder el tiempo. ¿Cómo ha podido estar tan ciega durante las semanas en que se intercambiaron correos? No parecía ni el mismo hombre. Ni el mismo amo. Aunque tampoco está segura, ella no es una sumisa. ¿Cómo reconocer a un amo? Ha fantaseado decenas de veces con ser sumisa, cientos. ¿Y si las cosas funcionan realmente así? Aunque chuparle la polla a un desconocido en un decampado no parece la manera de comenzar su camino de sumisión. Quizás es que no haya camino, no para ella.
El taxista le pregunta a donde se dirige, ella le da la dirección sin pensar demasiado, está tan abstraída en sus propios pensamientos que apenas se da cuenta de que el conductor dirige el coche en dirección contraria hacia donde le ha ordenado ir. Algo lógico, por otra parte, pues ninguna sumisa puede ordenarle nada a su amo. Efectivamente: el amo con quien ella contactó es el taxista que acaba de recogerla, aunque la muchacha aun no lo sabe. Pronto lo sabrá. El taxista contactó con otro hombre para que esperase a su sumisa en un descampado y se hiciese pasar por él. Al fin y al cabo, él nunca le envió una foto suya. El taxista la observa por el retrovisor y sonríe.
Su nueva sumisa ha pasado la prueba.
Al cabo de un rato, la mujer le advierte que van en la dirección contraria.
-Ya lo sé, sumisa Yaiza -contesta el taxista sin dar mas explicaciones.
La mujer se hunde en el asiento, incapaz de comprender lo que está sucediendo, sin palabras. ¿Cómo puede saber aquel hombre que ella es sumisa y que su apodo es “Yaiza”? Eso solo lo sabe el hombre con el que contactó, el tipo del descampado que pretendía una mamada fácil y rápida. Entonces comienza a comprender: su amo es el hombre que la conduce hacia un destino desconocido. La sumisa Yaiza hunde sus dedos en sus enmarañados cabellos, intentando inútilmente recolocarlos de manera atractiva. Vuelve a mirar a su amo por el espejo retrovisor. ¿Por qué no? Quizás deba intentarlo. Se siente tan pequeña que es menos aun que lo más insignificante.
Al poco rato llegan hasta una parte de la ciudad que le es conocida. Se trata de la zona alta, lejos de donde ella vive. El taxista, aquel que se supone su amo, estaciona el coche y la invita a bajar. Es un tipo alto y fornido, de cabellos negros y mandíbula cuadrada, lleva unas gruesas gafas de pasta y todo en él parece rudo, aunque su mirada es dulce. La muchacha desciende del coche, temerosa de todo, decidida a continuar lo que diablos signifique aquello porque ahora es incapaz de volver a casa con todas esas preguntas rondándole por la cabeza. El hombre indica con el dedo un cartel luminoso que hay al otro lado de la calle. Parece un bar, entran y se sientan en una mesa. Cuando llega la camarera, la sumisa Yaiza no sabe que pedir. Hubiese preferido que él pidiese por ella, incluso hubiese preferido que la obligase a beber alcohol, pero aquel hombre no está ejerciendo de amo. ¿Un amo decide lo que ha de beber o comer su sumisa? ¿Decide como ha de vestir? ¿Qué puede saber ella? Está tan perdida que busca el camino en los ojos del hombre quien vuelve a sonreír y le explica que lo del descampado era una prueba, tan solo. ¿Qué derecho tiene él a ponerla a prueba? Se pregunta Yaiza, instalándose en la indignación. De acuerdo, ella aceptó ser su sumisa después de varias semanas intercambiándose correos electrónicos. Aunque no le parece lógico lo sucedido. ¿Y si ella le hubiese chupado la polla a aquel desconocido en el convencimiento de que era su amo? El hombre le explica que lo que ha pretendido es descubrir si ella es tan solo buscaba una emoción o realmente es una sumisa. Según su teoría, de ser lo primero, habría aceptado lo que le proponía el desconocido en el descampado. A la muchacha no le convence ese argumento. ¿Qué tipo de amo es alguien que juega de esa manera con quien aspira a ser su sumisa? Prefiere no decir nada, quizás ese sea el camino que ha de seguir.
Se han enviado decenas de correos, han hablado de cientos de cosas, pero ahora son dos desconocidos. El hombre le dice que esta primera noche, en este primer encuentro, no va a suceder nada mas allá de una conversación. ¿Para eso la ha hecho vestirse con falda e ir sin ropa interior? Ella no entiende nada, pero, una vez más, prefiere callar. Quizás en las siguientes palabras de ese desconocido esté la explicación.
Entonces, el hombre comienza a hablar y, en sus palabras, la sumisa Yaiza teje con hablidad algunas respuestas.
-Lo primero que has de saber -comienza el hombre después de propinar un largo trago a su cerveza- es que todo cuanto ha sucedido esta noche es por un propósito en concreto. Estás confundida y eso es normal pues habías imaginado algo que no ha sucedido y ahora desconoces el propósito de esta conversación. Lo único que te voy a pedir hoy es que confíes en mi. Tan solo eso. Comprendo también que lo que ha sucedido en el descampado lo puedas interpretar como una falta de respeto, una traición o un juego infantil. Estás en tu derecho, pero necesito saber que quieres ser quien dices. Para ello voy a hacerte una única pregunta: ¿por qué quieres ser sumisa?
-Aun no lo se -contesta rápidamente ella-, solo se que algo dentro de mi hace que me sienta mas cómoda, mas útil cuando estoy sirviendo. Creo que tiene algo que ver con que soy mejor cuanto mas útil me siento.
-¿Acaso cierto sentido de la inferioridad? -interrumpe él.
-No he dicho eso -contesta Yaiza, ofendida-. Tan solo sucede que me siento mejor cuanto mas útil soy.
-Eso puedo comprenderlo. Pero ser sumisa no es solo sentirse útil. Hay otros papeles de otros colores que envuelven ese sentimiento. También esta el placer, el miedo, incluso el egoísmo. Si simplemente siendo útil te sintieses mejor le hubieses comido la polla a ese tipo en el descampado. Pero no lo hiciste porque necesitas otra cosa que va mas allá de la utilidad.
-No lo hice porque me parecía impersonal, me sentía sucia. Quizás porque no estuviese preparada.
-¿Y si te pido ahora que me comas la polla en los lavabos de este bar?
Yaiza se imagina arrodillada, con la polla de aquel hombre dentro de su boca, dando placer a su amo. Quizás sea precipitado, aunque no es una idea que le disguste. A pesar de que le apetece, sigue sintiéndose sucia.
-Seguiría sintiéndome sucia -dice ella.
-¿Crees que no puedes encontrar placer en sentirte sucia? El problema es que no había ningún tipo de conexión emocional. Por eso lo rechazaste y por eso estamos hablando ahora. Para establecer esa conexión que te convierta en mi sumisa. O a mi me convierta en tu amo. Para que me sirva no basta con que digas que eres mi sumisa sino que debes sentirte mi sumisa.
-En ocasiones dudo de que quiera ser sumisa, a lo mejor es solo ese aburrimiento del que hablas. Quizás debería haberle chupado la polla y volver a casa.
-Puedo volver a llamar a ese tipo, aun estás a tiempo.
-No, gracias -contesta Yaiza, entre sorprendida y temerosa
-Busca un día de la semana que viene en que tengas dos o tres horas libres. Nos volveremos a ver. Y estás loca si crees que voy a darte ninguna otra pista sobre lo que haré contigo. No la necesitas. Hoy simplemente hablaremos, conociéndonos aun más, tan solo eso.
Y diciendo esto, el amo la invita a continuar hablando, olvidando cuanto ha sucedido y obviando cuanto se dispone a suceder.
Amo y sumisa (o al menos así lo imaginan) se encuentran nueve días después, en el bar de un lujoso hotel del centro de la ciudad. Ella ha estado trabajando toda la mañana y llega hambrienta, cansada, nerviosa. El la espera tomando una cerveza. Ella le pregunta si le importa que coma algo. Antes de que él pueda contestar, ella pide un sándwich. El la observa, es toda una mujer, aunque continúa habiendo algo infantil en ella. Su peinado, quizás su ropa, esa actitud entre sumisa y excesivamente agradecida. Es como si a ella le diese miedo defraudar a cualquiera con quien se cruzase. Es una muchacha hermosa, joven, pintada con cierta estudiada ingenuidad. Irresistible. El hombre sabe ahora que lo del descampado nunca habría sucedido porque toda esa ingenuidad esconde una gran inteligencia. Ella sabe porque quiere ser sumisa y haberle chupado la polla a aquel hombre en el coche era lo contrario a lo que ella buscaba. Lo contrario a lo que ella pretendia imaginar.
La noche en que se encontraron hablaron de muchas cosas, ella le había confesado que la imagen que mas le satisfacía era la de una perrita sumisa, arrodillada a los pies de su amo, dispuesta a darle casi todo, especialmente en el ámbito del placer físico. Ella no alcanza a comprender el motivo de ese deseo, quizás motivado por una relación parecida en el pasado que la había hecho descubrirse de esa manera, una relación que finalizó de forma abrupta porque ella necesitaba más. La sumisa Yaiza necesitaba ser usada pero también ser amada (aunque no hubiese amor), necesitaba que la abrazasen y cuidasen de ella. Necesitaba darlo todo para poder recibir algo. Y eso no había sucedido en el pasado.
El hombre, su nuevo amo, lo comprendió rápidamente, dispuesto a darle a ella cuanto deseaba porque ese era el deseo de él.
Y fue es ese mismo hotel, mientras compartían algo de comida y bebida, cuando lo que pudo haber comenzado, acabó.
La sumisa recibe una llamada en su teléfono móvil y al poco de contestar, su rostro se torna en algo parecido a una de esas mascaras griegas que reflejan la tragedia, con la boca toscamente curvada hacia abajo. Ni rastro de la mascara de la comedia que había mostrado. La muchacha debe irse por un problema familiar. La sumisa Yaiza ha desaparecido. El amo se ofrece a llevarla en coche, pero ella niega con la cabeza. Acaba de esconderse dentro de si misma, como un caracol asustado. Y se marcha corriendo, sin terminar su bocadillo, sin decir adiós.
Solo dice "lo siento".
El amo no volverá a verla. Ella le escribe, días después, contándole el motivo familiar por el que tuvo que salir corriendo. El amo contesta diciendo que esperará cuanto haga falta. Lo dice de forma sincera pues el amo ha adivinado en aquella muchacha todo cuanto ha estado buscando durante todos esos años. Pero sucede que ella desaparece, finalmente. El amo lo intenta, pero no es el momento y es entonces cando desiste, arrojando la toalla lo mas lejos posible.
Las historias no siempre comienzan como imaginamos y alguna de ella acaban como tampoco deseariamos. Son historias que se alejan de cuanto somos o esperamos. Pero la vida es profundamente imperfecta y nuestros deseos se doblegan ante las adversidades. Esta es la historia de un amo y su perrita. Lo que que pudieron ser, pero nunca fueron. Lo que ambos deseaban y la realidad se encargó de separar como agua y aceite.
Como la vida misma.