domingo, 20 de septiembre de 2020

La ficción en el BDSM


 
Los lectores de relatos eróticos, al comenzar a leer, buscan un lugar donde anclar la fantasía que se les va a contar. Necesitan un contexto, un lugar y, sobre todo, necesitan una descripción física de los personajes. En mi caso, siempre he preferido perder para ganar: perder el tiempo para ganar contexto y lugar. No estoy tan interesado en la descripción física que considero algo secundario. No obstante, los lectores quieren saber si la mujer, aunque sea fantasía, tiene grandes pechos, sexo poblado, piernas torneadas o cualquier otra descripción que les ayude a enderezarse o a mojarse. También quieren saber si el hombre es varonil, tiene un gran pene o huele a macho de las cavernas. Lo más sencillo es abusar de los tópicos (una vez más) y decir que el pene del hombre es descomunal o que la mujer es una diosa con forma terrenal. Cuesta bien poco alimentar la mente del lector. Pero no es mi caso. Prefiero que mis relatos los protagonicen gente normal, imperfecta en todos los sentidos. En la antigüedad, los grandes pintores chinos incluían deliberadamente un fallo en su trabajo porque estaban convencidos de que la creación humana no era perfecta. Yo nunca he buscado la perfección, tampoco es necesario que haga como esos artistas chinos porque mi obra ya trae imperfecciones de fábrica. Pero algo que si hago deliberadamente, es buscar personas imperfectas para mis relatos, aunque eso aleje a ciertos lectores.

En mis relatos no busco a la modelo perfecta, leonina en forma y fondo, una diosa del sexo que se doblegue ante la primera señal de cualquier varón que huela a cazador. En mis relatos busco a la mujer normal, imperfecta, con los deseos y los miedos de cualquier otra mujer, de cualquier otra persona. No tiene por qué ser delgada, ni alta, aún menos tiene porque ser una fiera en la cama. Tan solo tiene que ser una persona normal, como cualquier lector o lectora.

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