martes, 20 de octubre de 2020

Ese primer encuentro

 

Dry Martini Barcelona By Javier de las Muelas Cocktail Bar | Dry Martini

Acostumbramos a leer historias de personas que se conocen por internet, quedan en un bar y después acaban en un colchón reescribiendo la historia de la caidita de Roma. Las variables y sus consecuencias son infinitas y en este peculiar bingo del placer podemos cambiar el bar por un parque, un restaurante o un museo. Podemos cambiar internet por la oficina de una gestoría, una cena de amigos o esa barbacoa donde tu cuñado ya está medio borracho antes ni tan siquiera de poner la carne en el asador. Podemos cambiar el colchón por un sofá, quizás por una mazmorra o por los asientos traseros de un coche. Incluso podemos cambiar ese coche según el color, el modelo o lo que contamina. Pero hay una cosa común a todo eso. De la misma forma que todos tenemos un boleto de la lotería con el mismo dibujo, pero diferentes números, en la vida hay muchos números, pero un solo dibujo. Y el propósito de este texto es intentar explicar que tiene en común todas esas personas que juegan números diferentes, en lugares diferentes, con diferentes cortes de pelo.

Da igual donde nos encontremos por primera vez y donde acabemos, poco importa la combinación de géneros de los protagonistas o la combinación de colores que vestimos para ese encuentro. Es absolutamente irrelevante lo que ingerimos en ese primer encuentro o la marca del móvil que miramos de reojo nerviosamente. Porque todos y todas buscamos lo mismo: la emoción de un primer encuentro. Incluso me atrevería a decir que poco importa como acabe ese encuentro porque el placer está en la búsqueda y no en el logro. Recuerdo haber quedado con muchas personas que querían comenzar en la sumisión, recuerdos sus rostros frente a mí en un bar o un restaurante. Recuerdo lo que bebían o como vestían. Y, curiosamente, de algunos de esos encuentros no recuerdo si acabamos teniendo una sesión o no. Porque lo verdaderamente emocionante es ese juego que se establece entre dos desconocidos que buscan algo pero que mil dudas atraviesan sus cuerpos como las flechas de un cupido sin puntería.

Dicen que para comprender el placer de la búsqueda debemos observar a los animales (no racionales). Cuando un perro escucha que has cogido la bolsa de su comida o intuye que le vas a dejar caer su manjar en un plato en el suelo, el perro se vuelve loco, corriendo de un lado a otro y moviendo la cola desesperadamente, incluso comienza a comer antes ni tan siquiera de que hayas acabado de llenar su plato. Después, mientras comen, el placer es menor, simplemente comen. Hay estudios que nos indican que la química del placer que se desencadena en nuestro cerebro ante la perspectiva de conseguir algo que deseamos, es mayor e incluso mejor que la química del placer que sucede cuando lo hemos conseguido. El placer real mientras hacemos algo sucede porque en nuestro cerebro se libera una sustancia llamada dopamina y es la perspectiva de conseguir eso lo que hace que nuestro cerebro se sobreexcite ante la perspectiva de que pueda suceder. Es lo mismo que sucede con las adicciones porque la adicción no deja de ser la búsqueda desesperada de esa explosión de dopamina que sucede cuando sucede (y buscamos repetir una y otra vez).

Hay una película de mi juventud titulada “Proyecto Brainstorm” donde unos científicos averiguaban como grabar las emociones y reproducirlas en otras personas. ¿Y cuál es el primer problema con el que se encuentran? Uno de los científicos se graba teniendo un orgasmo, después duplica varias veces esa parte de la grabación y crea una sensación donde quien recibe el estímulo siente un orgasmo tras otro durante horas. La película muestra entonces a otro científico ("felizmente casado") que está enfermo en su casa porque la compañía ha descubierto esa práctica y le ha quitado la grabación y vemos a ese científico como un auténtico drogadicto al que han quitado la mejor droga que existe. Esa grabación en bucle que provoca explosiones de dopamina le ha convertido en un adicto, en un enfermo. Todos buscamos ese placer, ya sea en la búsqueda o en el logro. Y este texto es para recordaros que negarnos esa búsqueda es negarnos el placer. Vivimos en una sociedad m mayormente judeocristiana que siempre ha utilizado la culpa como elemento de control. Nuestras mentes, esas mismas que buscan la liberación de la dopamina, también son rehenes de esa moral que dice que el placer, sin otra etiqueta, es algo negativo (o es pecado, directamente).

Olvidad la culpa y olvidad los miedos, quedad en un bar con gente desconocida para ver si podéis acabar haciendo cosas que avergonzarían al mayor de los amorales. Disfrutad de esos encuentros furtivos llenos de culpa donde la búsqueda de la dopamina nos hace olvidad que estamos casados o que somos el arzobispo de Salamanca. Sed irracionales por un momento.

La vida, en especial la casi confinada, merece que nuestra locura encuentre un lugar donde salir a brincar por el campo cual cabrita feliz. Eso sí, si queréis decirle a alguien que deseáis conocerle para charlar en un bar, espero que estéis en una comunidad donde los bares no estén cerrados y recordad siempre mantener la distancia de seguridad hasta que estéis seguros de lo que queréis hacer y entonces hacedlo como si no hubiese un mañana (y que le den morcilla a la moral y a la distancia de seguridad).

Si, además de un amoral y un provocador, soy un irresponsable.

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