lunes, 5 de octubre de 2020

La señora M. (parte 2)

 EL TUNEL DE LOS GRITOS | ▫Paranormal▫ Amino

La señora M. pidió agua, yo estaba bebiendo cerveza. En el momento en que el camarero nos dejó solos (aunque rodeados de otros, en otras mesas) ella repitió la frase, ferozmente parapetada tras un muro construido a toda prisa con pedazos de miedo y desconfianza.

-No va a suceder nada entre nosotros -dijo-. ¿Lo sabes, no?

Aclaro: un muro construido de miedo y desconfianza hacia ella misma. El principal problema de las inseguridades radica en que únicamente podemos ver proyectado en los demás aquello que somos. En una ocasión, durante un viaje por Estados Unidos, un anciano mal afeitado al borde de una carretera en el desierto de California, me explicó que existe una serpiente (la serpiente rey) que confunde su propia cola con la de otro animal y comienza devorándose a sí misma. La señora M. también se devoraba a sí misma al confundir la persona a quien debía temer.

-¿Cuan segura estás de eso? -pregunté.

-Totalmente segura, de no ser así no habría venido.

-Pero has venido y te has vestido como te ordené -dije con mi voz aún más firme.

Ella acababa de transformarse en una de esas personas que observa la única cerilla húmeda que sabes que nunca arderá. Aunque, en su caso, el problema era que esa cerilla prendiese. Menuda superviviente de pacotilla...

-Y comienzo a arrepentirme de haberme vestido así -dijo ella.

-Te arrepientes de haber venido porque eres consciente de que tu fuerza de voluntad, frente a alguien como yo, es tan sólida como una gelatina de fresa.

-Odio las gelatinas, no puedo comerlas desde que supe de que están hechas.

Por supuesto que sé de que parte del animal se fabrican las gelatinas de sabores. Por eso pasé de comerlas a odiarlas. Como el tabaco, como las gominolas de fresa, como las películas de Christopher Nolan. Pero no quería entrar en una discusión sobre comida. O no sobre ese tipo de comida.

-¿Y qué te gusta comer?

-Pizza, salmón, pollo y chocolate negro -contestó ella rápidamente, intentando reprimir una sonrisa que la acercase a mi territorio.

La señora M. luchaba con todas sus fuerzas contra la idea de que me pudiese parecer ni remotamente cordial. O viceversa. Y así obraba, con los brazos aun firmemente cruzados sobre el pecho, tirada hacia detrás en su silla, intentando construir un muro de ladrillos invisibles entre ambos. Tanto esfuerzo para nada. Porque incluso un reloj estropeado marca la hora correcta dos veces al día.

-Es un menú de lo mas curioso para una mujer que conserva la silueta como tú -dije.

-Son muchas horas de gimnasio. Tú, en cambio, la última vez que fuiste al gimnasio fue cuando te perdiste en un centro comercial ¿verdad? -preguntó ella, finalmente sonriendo, señalando mi barriga.

No podía permitirlo, no debía entrar en su juego. Cuando quieres ser rey no permites que el bufón se ría de ti. Cuando eres un depredador no puedes confraternizar con tu presa.

Sobre todo cuando estás dispuesto a devorarla.

A dentelleadas debía solucionarlo, si era preciso.

-Tienes razón, prefiero comer a sudar -comencé-. Pero también sudo, sobre todo cuando domino a una mujer como tú atándola a la cama, azotándola y sodomizándola mientras ahogas tus gritos contra una almohada. O con una brida en tu preciosa boca de dientes blancos. Prefiero lo segundo.

Podría haber escogido cualquier otro símil menos elemental. Llevo demasiados años siendo amo como para reducirlo todo, cuál hábil cocinero con una salsa, al inocente tópico de una sumisa atada y sodomizada en una cama. Aunque para alcanzar la cima debes escalar poco a poco, fijando con maestría los clavos en la pared rocosa. De no hacer eso, la caída resulta mortal.

Siempre.

La señora M. no dijo nada, en vez de eso cogió su vaso de agua llevándolo con cuidado a la boca, sin separar los codos de su cuerpo para continuar ocultando los reveladores pezones aun luchando por traspasar la tela de su vestido de algodón. Con la vista firmemente colocada en el fondo del vaso. La imaginé luchando contra ella misma en un ring mientras una multitud jaleaba a las boxeadoras gemelas, golpeándose la una a la otra sin piedad.

-¿Estás incómoda? -continué-. Nadie se ha dado cuenta de que no llevas sujetador. Solo yo. Y con eso es más que suficiente.

-No se lo que estoy haciendo aquí. No quiero jugar con fuego, tenía curiosidad por venir pero ahora se que me he equivocado. No porque no seas la persona que esperaba sino porque eres precisamente la persona que esperaba que fueses.

La tragedia magníficamente convertida en literatura cuando Oscar Wilde dijo aquello de “ten cuidado con lo que deseas, puede convertirse en realidad”. Aunque la decepción de la señora M. significaba una nueva victoria en mi escalada, un nuevo clavo firmemente clavado en la pared de la montaña del placer: ella esperaba a alguien como yo. O no. Que más daba. Porque esperaba algo.

-Me sabe mal tanta decepción en el acierto -dije yo-. Pero no te preocupes, lo que tenga que suceder, sucederá. Y da igual si es hoy o dentro de diez años. Da igual si has venido o no. ¿Sabes lo que sucede cuando dos poderosos imanes se encuentran?

-Dejemos las metáforas. ¿Por qué no hablamos con las palabras desnudas? -preguntó ella.

“Las palabras desnudas”, que maravillosa expresión. De repente, me di cuenta de que aquella mujer me atraía aún más que cinco minutos atrás. Y, con toda seguridad, me atraía aún menos de lo que me atraería dentro de cinco minutos.

-De acuerdo -comencé yo-, quitémonos lo superfluo: voy a dominarte, lo sabes por mucho que te resistas. Y si no quieres que te domine porque tienes un marido o porque ya tienes un amo entonces utilizaré cualquier otra expresión: follarte, usarte, devorarte… escoge tu.

-Mi marido es mi amo.

-Mejor aún, porque entonces solo le serás infiel a una persona -dije sin dejar de sonreír-. La culpa será menor.

Como decía alguien en una película de James Bond: "¿Te gustan las mujeres casadas, verdad James?". A lo que Bond respondía: "Así las cosas son más sencillas".

Pues eso.

(continuará)

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