La mujer envía cada día una foto a un hombre. El hombre recibe cada día en su móvil la foto de la mujer. Ambos actos, además de ser uno consecuencia del otro, suceden con la exactitud de un reloj suizo. La imagen que envía la mujer podría parecer siempre la misma, pero no. La realidad es que son diferentes imágenes reflejando un mismo instante. Como mirando fotograma a fotograma un celuloide antiguo.
Aunque algo clon exacto de un otro algo, siempre hay pequeñas diferencias que lo hacen único. Y la foto de aquella mujer, día tras día, aunque parecía siempre la misma, siempre era diferente. ¿Por qué enviarle una foto parecida día tras día al hombre? Porque le apetecía, principalmente.
La foto era la de una mujer, completamente desnuda, recién salida de la ducha, con una toalla alrededor de su cabeza, casi siempre sonriendo.
La mujer enviaba la foto y continuaba con su cotidianeidad.
El hombre recibía la foto y admiraba cuando de cotidianeidad había también en esa foto.
Ella era sumisa, él era un amo.
Y, no obstante, aquella foto no llegaba cada día al teléfono del hombre como consecuencia de una orden.
Y, no obstante, aquella foto que el hombre observaba con detenimiento, a pesar de no contener ningún elemento propio del BDSM, hacía que el hombre desease someter a aquella mujer como nunca había deseado antes a nadie. ¿Por qué? La mujer le había enviado también algunas fotos de ella en alguna sesión, vestida a modo de catálogo fetichista o utilizando algún instrumento propio de esa época en la que la tortura era tan común como sentarte a ver la película recién estrenada en Netflix. Y pese a que era una foto cotidiana, el hombre veía en esas fotos algo que no era capaz de ver en las otras fotos que reflejaban sesiones BDSM. Y era la misma mujer.
La cotidianeidad es algo que debería permanecer cuando practicamos BDSM. No es necesario que una persona dominante o dominada, se disfrace o acuda a todos los inventos de Q (Bond dixit) para convertir el BDSM en una película digna de la mente más retorcida. Porque el BDSM nada tiene que ver con látigos ni correas, tampoco con potros ni mazmorras. Porque el BDSM es algo que tiene que ver con pervertir lo cotidiano, convertirlo en algo único sin la necesidad de acudir a una tienda de disfraces ni comportarnos como si fuésemos los protagonistas de "Ilsa, la loba de las SS".
Porque una sola foto de aquella mujer, recién salida de la ducha, reflejaba mejor lo que significa desear someter a alguien que cientos de fotos hechas en cientos de mazmorras con cientos de dominantes y dominados.
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