He vuelto a soñar con la misma persona. Ojalá poder domar a nuestros sueños para que sucediese en ellos cuanto deseamos con quien deseásemos, o todo lo contrario. Curiosamente, los sueños es la única narrativa (propia o ajena) que es como un perro sin cabeza. Totalmente descontrolado. Y no solo eso, sino que los sueños beben de nuestros miedos, a anhelos, de lo vivido y también de cuanto desearíamos vivir.
Estamos en una especie de coctelería elegante con techos de madera, una gran colección de botellas ofreciéndose desde una estantería iluminada y un barman con su chaleco verde preceptivo. No hay nadie en el local, exclusivamente nosotros tres. Ella está al final de la interminable barra que nos separa del profesional, yo estoy en el otro extremo. En el aire flota un olor dulce mezcla de frambuesa y canela. Una vez más me pregunto si se puede oler en los sueños, pero ahora, escribiendo estas líneas, soy capaz de recordar ese olor.
No recuerdo es como iba vestida ella, tampoco como iba vestido yo. El chaleco verde del barman es la única ensoñación textil que me viene a la cabeza. La mujer me mira, yo devuelvo la mirada. Sonreímos, sin embargo, continuamos clavados en nuestros asientos, separados cuanto nos permite el local. El barman nos mira, se encoge de hombros y sigue limpiando vasos con un trapo. En todas las películas los camareros ocupan su tiempo limpiando vaso tras vaso, pero nunca les he visto hacer eso en la vida real. Tampoco es que sea un habitual de las coctelerías, pero imagino que es mejor tener a alguien en escena con una ocupación que como una estatua de sal.
Me gustaría coger mi copa y caminar hacia ella. La mujer parece estar rodeada de un halo de misterio que hace que mis neuronas se sientan atraídas. Sin embargo, continuamos en nuestros asientos, mirándonos y sonriendo. Siento que la conozco de antes, hemos quedado en ese bar para charlar, pero no queremos dar el primer paso. Como un duelo en el oeste. Observándonos, analizando nuestros movimientos. ¿Quién será el primero en desenfundar?
Entonces ambos nos levantamos al unísono. Sonreímos. Comenzamos a caminar acortando distancias y nos abrazamos, procurando que nuestros cócteles no se derramen. El barman sonríe también al tiempo que dice "que idiotas sois". Esas son las únicas palabras del sueño. Me gustaría que el abrazo durase toda una eternidad y más aún.
Pero entonces me despierto.
La foto que acompaña este texto es de la escena inicial de "Hasta que llegó su hora" (Sergio Leone, 1969) y es, desde mi modesto punto de vista, la escena más increíble e inusual para comenzar una película. Toda la película está concebida como una ópera, con sus actos, su música y sus colores (si no la habéis visto os habéis perdido una de las obras cumbre del cine) pero sus larguísimos títulos de crédito (más de 10 minutos) están concebidos de forma inversa: sin música ni diálogos, tan solo con los sonidos propios del entorno. Te guste o no el género, te guste o no el cine: esto es arte en estado puro.
Que bonito!
ResponderEliminar