Hoy he soñado. Acostumbro a soñar tanto y recordar tantos sueños que, en demasiadas ocasiones, me cuesta diferenciar entre aquello que fue vividos y cuanto fue soñado. El sueño de anoche no lo he recordado al despertar. Horas después, de improviso, como una corriente de aire, ha llegado hasta mí el recuerdo del sueño (o parte del sueño) de forma tan vívida que si no fuese porque no conozco en persona a la protagonista del sueño, estaría convencido de haberlo vivido.
Estábamos sentados en un sofá, en una especie de cabaña o casa con vigas de madera, quizás hubiese una chimenea con un fuego crepitando a un lado o quizás fuese una estufa. ¿Se puede recordar el olor de un sueño? Recuerdo olor a café, a canela y a chimenea, también el olor a un perfume dulzón aunque no empalagoso. Siento calor y percibo una tenue luz a mi lado. Creo recordar también que había luces de navidad colgadas sobre la chimenea (si es que existía). Cuando digo estábamos es porque estaba yo junto a esa mujer que conozco y nunca he visto, ambos bajo una manta de gruesa lana, quizás estuviésemos vestidos con pijama o solo con ropa interior. Recuerdo la tibieza de la piel de ella, nuestras manos entrelazadas, quizás abrazados o simplemente reposando el uno sobre la otra (o viceversa). Una tenue melodía de jazz era la banda sonora de esta escena. Recuerdo tener los ojos cerrados por lo que, en algún momento debía estar siendo espectador de mi mismo, ya que es imposible describir un escenario verlo.
Muchos de mis sueños son como una película de cine, siendo espectador y protagonista al tiempo. Sintiendo lo que sienten esos actores en el momento de rodarla, pero también lo que siente el espectador al contemplar los diferentes planos que construyen la narrativa.
Escucho la respiración de la mujer y acaricio su mano, siento su cuerpo caliente junto al mío. No es algo sexual sino la translación carnal del afecto. Sea del tipo que sea ese afecto.
Afecto, sensualidad, empatía, comprensión... ¿Puede todo eso soñarse?
Entonces la mujer pregunta si quiero ir a dormir con ella y lo manifiesta con esa voz que me sedujo desde el primer minuto que la escuché.
Acto siguiente estoy corriendo desnudo por la ciudad, es de noche, las farolas apenas alumbran una cerrada oscuridad y hace mucho frío. El viento azota mi cara y convierte mi cuerpo en un trozo de carne que cuelga de la nevera de un carnicero. No sé si me da más miedo el frío o el que alguien pueda verme correr desnudo. Resulta curioso que una persona que nunca corre siempre se imagina corriendo.
De repente la mujer está corriendo a mi lado, también desnuda. Me gustaría bajar la vista y contemplar su cuerpo desnudo, pero no lo hago porque toda esa carnalidad sigue siendo algo casi alejado de toda sexualidad. Es una situación sensual, como lo era el estar bajo una manta escuchando una melodía de jazz. Entonces la mujer me coge de la mano para correr juntos, ella parece no tener frío, parece importarle poco que alguien pueda vernos, simplemente me coge de la mano y sonríe.
Y entonces... suena el despertador y me levanto de la cama, incapaz de recordar lo que acaba de suceder.
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