La edad de Ana María era solo eso, una edad, lo menos importante en ella. El lugar donde trabajaba tampoco importa, recuerdo que me dijo que tenía tres hijas y que los últimos meses habían sido los peores de su vida. Hay ocasiones en que debes asumir las consecuencias, acompañar, cuidar, escuchar y asentir. Huir de preguntar, escarbar, intentar adivinar o interrogar. Que gran error hubiese sido hacer cualquiera de estas cosas. Nunca pregunto más allá de lo que asumo que quieren contarme porque la intensidad del dolor de una herida es algo que únicamente siente el enfermo. Por mucho que pretendamos estar a su lado, comprender e incluso mimetizarnos con su agonía. La mejor compresión es el amor incondicional. Incluso hacia los desconocidos.
Hubo un tiempo en que ella me escribía casi a diario. Que simpleza de respuesta ¿Verdad? Ana María no escribía sobre mí, pero sí que lo hacía sobre ella sin hablar de ella. Incluso cuando contaba sobre otros era cuando más contaba sobre sí misma. Sus textos eran la sublimación hecha carne del escritor en cualquiera idealizaría en convertirse. ¿Por qué escribo tantos años después acerca de Ana María? No escribo lo que sucedió, simplemente escribo lo que pudo suceder y nunca sucedió ni sucederá. Gente como Ana María levantan el fuego de mi imaginación de escritor, mi hambre de hombre, mi lado más oscuro que, al tiempo, es el más brillante.
Mi sapiosexualidad más extrema.
Ana María movía las palabras hasta encajarlas y conseguir contar cuanto sucedía si contarlo. Cada vez que leía algún texto que escrito por Ana María no conseguía evitar que el amo más poderoso e inflexible, surgiese de mi interior, rompiéndome desde dentro, rasgándome la piel y apareciendo de repente, dejando la piel de mí yo en el suelo, como una serpiente mudando. Desconozco si Ana María era sumisa, era ama, lo era todo o no era nada. E incluso no siendo nada, lo seguía siendo todo. Pero, al leer esos textos, yo me convertía en el amo con los colmillos más afilados de toda la comarca.
Debemos escribir con los órganos sexuales y hay que tener sexo con el cerebro. Y, después de todos estos años, somos tan ingenuos que pensamos que sucede de forma contraria. Ana María, como yo, quizás como otros, tenemos el sexo en la cabeza y el cerebro entre las piernas. Y eso, es tan genuino como extraordinario.
Cuando hablo con algunas personas, dependiendo del sendero que toma la conversación, esos dientes se afilan y mi imaginación se dispara construyendo imágenes de cuerdas, órdenes y todo aquello relacionado con una persona que domina y una dominada. Pero, como sucedía con Ana María, no sabes si esa persona es sumisa, es ama o es funcionaria del estado. ¿Cómo saberlo? ¿Preguntando directamente? De la misma manera que se escribe con los órganos sexuales, imaginamos con esos mismos órganos y aquí está la contradicción de algunas personas como yo: nuestra pasión nace en el cerebro y nuestra intelectualidad en lo carnal. ¿No debería ser al revés? Como dice siempre un amigo mío: "cada payaso encuentra su circo".
Ya no hablo con Ana María por decisión propia. Nada que ver con la frustración ni tampoco con el aburrimiento. Dejé de hablar con ella porque toda esa pasión nacida de la intelectualidad me llevó a conocerla mejor y también descubrí una forma de pensar totalmente alejada a todo cuanto pienso y defiendo sobre la condición humana. Todavía me sorprende como alguien tan inteligente podría también ser tan agresiva con todos aquellos que no opinaban como ella.
Soy amo, soy hombre, pero antes que todo eso, soy persona. Y por mucho que mis dientes se afilen y el lobo aparezca en las noches de luna llena, la persona que está dentro de ese lobo, ha aprendido a controlar sus instintos y recordar que aunque el sexo esté en la cabeza y el cerebro entre las piernas, las grandes decisiones deben tomarse con el corazón.
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