C está como tumbada al final de una escalera, habiendo adquirido una forma que se me antoja casi antinatural: las piernas sobre los peldaños superiores, parte de la espalda arqueada evitando el último escalón y flotando extrañamente en el espacio, sus hombros y cabeza reposando en el frío suelo. Alguien podría imaginar que ha caído, pero resulta que la pose es eso: una pose, todo estudiado, desde la forma que adquiere el cuerpo a la tensión que provoca en sus músculos el forzar esa pose. Como si lo hubiese estado estudiando y probando hasta conseguir esa imagen. Tan solo viste una especie de braguita negra ocultando su sexo y también un trozo de tela blanca ocultando su rostro, pegada a sus facciones como una de esas telas esculpida en mármol por el mejor de los artistas, con su caída y sus pliegues, revelando la silueta de su nariz, los pómulos o los labios. Aunque sin mostrar el rostro. Un trozo de negrura ocultando su sexo y un pedazo de blanco virginal ocultando su rostro. Algo me dice que no es casual porque, por lo demás, esta completamente desnuda. Su cuerpo es delgado, fibroso, sus pechos son breves, pero su pezón es generoso e invita a ser usado de mil maneras posibles, apuntando al cielo.
Le ordeno que siga con la tela sobre la cara, no quiero que vea nada. A continuación, con mi dedo índice comienzo a recorrer su la piel de sus tobillos, sus pantorrillas y sus muslos. Cuando llegó al sexo dibujo los labios por encima de la tela, obviando cuando ambos deseamos que suceda y me dirijo a su ombligo el cual rodeo varias veces, después, como en esos pasatiempos de unir los puntos, voy de diminuto lunar en diminuto lunar, dibujando constelaciones en su piel hasta llegar a sus pechos, cojo un pezón con dos dedos, juego con él, lo aprieto y lo retuerzo ligeramente para ver su reacción. C lanza un breve suspiro que podría haber sido una queja, ahora ahogada por ese extraño mecanismo que hace que la excitación lo perdone casi todo. Subo por su cuello y voy hasta su pelo, como en el sueño, agarro con fuerza esos cabellos parcialmente grises, es joven, pero no se tiñe y eso le otorga una especie de personalidad que báscula entre el deseo y el respeto. Entre la autenticidad y la ironía. Tiro con fuerza de su pelo mientras deslizo la otra mano por dentro de sus braguitas. Su sexo está húmedo, mojo mis dedos en él y después deslizo esa misma mano bajo la tela que oculta su rostro para que C saboree sus propios jugos. Lo hace con deseo. Devuelvo mi mano al interior de su sexo y comienzo a jugar con los dedos para comprobar sus reacciones, pasándolos por los labios, jugando con el clítoris, metiendo y sacando, bajando hasta el culo para meter levemente otro dedo ahí, como Cristóbal Colón presa de la curiosidad y observando en todas direcciones al tocar tierra por vez primera. Tiro con fuerza del pelo de su pubis, todo cuanto mis manos son capaces de hacer lo hacen en esa parte del cuerpo de C quien, caminando de gemido en gemido, acaba explotando en un orgasmo mientras tiro con más fuerza aun de sus cabellos.
Entonces, sin quitar esa tela de su cara le informo que esto ha sido solo el comienzo. Ella asiente con la cabeza.
Buena sumisa.
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