Intento escribir día tras día, sin descanso, aunque apenas salgan tres palabras inconexas y garabateadas en una servilleta a modo de haiku. Algunos de esos días la cotidianeidad hace que llegue al alba sin haber escrito nada y es entonces cuando freno en seco y escribo cualquier cosa. Debo aclarar que "cualquier cosa" no incluye la cesta de la compra, un correo electrónico ni tampoco un recordatorio en la pizarra de la nevera. Para mi, la escritura forma parte de la vida pero es algo que debe trascender a la vida misma. Cuando ya no estemos en este mundo (ni vosotros ni tampoco yo) mi lista de la compra o los recordatorios de la pizarra, no existirán. Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Pero quizás estas palabras en este blog, quizás en mis cuadernos o en mis novelas, consigan una vida más longeva que quien las escribió.
Cuando alguien se defiende con "yo no se escribir" le argumento que todos escribimos a diario y lo hacemos más allá de lo cotidiano. Quizás sea un correo electrónico a un ex-amante donde exponemos nuestras emociones de forma cuasi literaria, o una nota en el móvil donde escribimos una frase que ha cruzado a toda velocidad por nuestro cerebro. Y todas esas palabras, quien sabe si trascenderán o no, pero son oro puro.
Los seres humanos somos los únicos con la capacidad de utilizar el lenguaje a modo de fábula, dotándola de una complejidad que parece inverosímil. Hay gente que escribe bien y gente que no escribe tan bien. Aunque eso es lo de menos: todos fabulamos porque todos imaginamos. Absolutamente todos nos expresamos de forma artística en algún momento de nuestra vida.
Pero me he dado cuenta de que para escribir a diario y de forma intensa, necesito eso que llaman una "musa". Las nueve musas siempre están ahí, dispuestas a echarnos una mano. Pero creo que he abusado tanto del mito de Plutarco que las musas clásicas ya no me rinden cuentas. Por eso necesito de musas mas humanas... más mundanas... más carnales...
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