Los astrónomos aseguran que el centro del universo no existe
porque el universo carece de una estructura geométrica que permita la existencia de un “centro”.
Esos sesudos señores que llevan gafas desde los dos años y que lucen orgullosos un montón de bolígrafos
en el bolsillo de su bata, han gastado cientos de millones de miles de decenas
de neuronas (y dinero) intentando descubrir donde está el centro del universo para acabar
diciendo que el universo no tiene centro o más bien, todo puede ser el centro
en el universo. Entre nosotros: menuda mierda de científicos.
Porque sin ánimo de ofender a esos estudiosos (que acabo de hacerlo), el centro del universo existe y está cerca del ombligo de la persona a quien deseas. Ese círculo mágico, unos centímetros más arriba del pubis donde, en algún momento, estuvimos conectados a nuestra madre quien nos alimentaba y, en cierta manera, nos preparaba para salir a un mundo que nos sobrepasará por todos lados. Un mundo flotando en un universo que carece de centro.
El centro del universo es ese espacio, unos centímetros por encima de unas braguitas verdes donde quieres reposar tu cabeza y cerrar los ojos para soñar en un universo que, aunque siga sin tener centro, sea que el actual o, al menos, durante unas horas, sea más excitante. Ese centro que te mueve a besarlo mientras bajas lentamente hasta el pubis y hundes tu cabeza en ese otro centro de la vida que es el sexo.
El centro del universo está ahí, en ningún otro lado, ese maravilloso
lugar que soñamos visitar, a donde todos deseamos volver.
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