Movemos nuestros pies, sin darnos cuenta de ello, movidos por nuestros mas bajos deseos. Un deseo para que te obligue a moverte siempre ha de ser bajo, oscuro, morboso o prohibido. Los buenos deseos necesitan de combustible adicional para poder moverse. Me descubro moviendo mis pies hacia terrenos peligrosos sin ser consciente de ello, como si ese lento caminar fuese consecuencia de la lógica de la razón. Nada mas lejos de la realidad. Mis pies se mueven hacia personas que me sugieren bajos deseos. Aunque el principal problema de moverte sin pensar que es puedes moverte hacia donde no debes. O por decirlo con un lenguaje mas convencional: puedes disparar antes de preguntar.
Reconozcámoslo: tampoco es una tragedia. Somos adultos y reconocemos quien se acerca y quien se aleja a nosotros, reconocemos sus motivos (ya sean bajos o elevados) y es aquí donde arranca mi reflexión porque, en demasiadas ocasiones, son los demás quienes ven nuestras intenciones antes que nosotros mismos. Como el animal irracional que intuye que ese cazador que camina por el bosque con un arma al hombro y silbando una bonita melodía es, en realidad, un peligro en si mismo. Aunque el otro se limite a contemplar la belleza del bosque y externalizar su alegría en forma de canto.
Y es que el motor que nos mueve, muchas veces, no tiene nadie al volante.
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