Mag vivía fuera de Barcelona, en
uno de esos pueblos que todos decimos conocer y haber visitado en alguna
ocasión pero que, a la hora de la verdad, tenemos que seguir el GPS del coche
porque en nuestra vida habríamos imaginado acabar allí. No recuerdo como nos
conocimos, quizás a través de una de esas aplicaciones donde si te gusta una
persona mueves el índice a un lado y si no… al otro lado. Bendita tecnología
que nos convierte en emperadores romanos del sexo. El caso es que nuestros
respectivos dedos movieron hacia la opción correcta y unos días después estaba
yo buscando aparcamiento en ese pueblo, en una noche cerrada de invierno, para después
tardar mas de media hora en dar con su casa que estaba al final de una especie
de camino de tierra. Si nuestro encuentro pudiese medirse por lo que me había costado
llegar hasta ahí, todo apuntaba al fracaso.
Pero resulta que no. O no
exactamente así. En ocasiones se alían los astros y las cosas suceden de la mejor
manera posible. Aunque en los primeros instantes de nuestro encuentro tampoco
parecía funcionar, no existía la química. ¿Cómo solucionar eso? De repente,
paramos, reconducimos y aquello fue magia. Y es que no se trataba de química
sino de comprender la situación y abandonarnos a ella. Todo el encuentro sucedió
con Mag con los ojos vendados. Porque así lo quisimos ambos, y quizás esa fuese
una de las causas del mal comienzo, pero del maravilloso final porque, al cabo
de un rato, estábamos follando como animales, haciendo cosas que nunca habíamos
hecho antes, permitiendo escapar ese corcel desbocado que es el sexo reprimido.
Hicimos de todo, lo hicimos bien y acabamos exhaustos, felices y alegres de
haber tenido algo mas que sexo. Contentos de haber descubierto que el sexo va
mas allá de lo convencional. Orgullosos de haber encontrado los recursos para
reconducir algo que comenzó mal y acabó de las mejores formas posibles.
Mi recuerdo de aquel momento fue
el de un placer inmenso con una mujer excepcional, su piel, su boca, sus
pechos, sus piernas, su sexo… todo me parecía deseable menos sus ojos. Principalmente
porque la venda me impedía verlos. Por lo que vi en las fotos, tenía unos
preciosos ojos azules. No ver aquellos preciosos ojos fue el precio que tuvimos
que pagar para tener un momento de sexo en libertad, sin compromisos ni
problemas, un momento de sexo desatado y con respeto. Abrir una puerta para
dejarnos sorprender.
Muchas veces he pensado en volver
a ponerme en contacto con ella para repetir ese momento. Estuvimos a puntos de
volver a vernos, pero algo lo impidió. Ahora, mucho tiempo después, sigo
pensando en tener a Mag desnuda, con una venda en los ojos, abierta de piernas
y dispuesta a permitir que haga cuanto me apetezca con ella. Repetir lo que
sucedió, que fue exactamente eso. No hay sexo sucio si existe el consentimiento, las ganas, la emoción y la imaginación. ¿Funcionaría? Seria diferente, seguro… Yo
apuesto a que funcionaria si entendemos lo que vamos a hacer. Pero la vida crea demasiados laberintos como para volver a encontrar el camino una vez más.
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