Nos dicen que somos enfermos, rápidamente contestamos que somos unos incomprendidos. Primer consejo: se vive mejor obviando conversaciones absurdas con gentes absurdas. Lo que no vale la pena, no vale la pena. Oxímoron que nos ayuda a vivir mejor. ¿Entonces que? Aprender a desatar la locura es
aprender a liberarte de las cadenas. Poco a poco, día a día, argolla a argolla.
La competición por mantenernos dentro de los límites establecidos es furiosa.
En el camino a la normalidad tenemos apuntado en una libreta aquellos conceptos
que debemos evitar. Aquellos conceptos que hacen que los demás nos etiqueten de enfermos. Vamos a ello: independizarte de tus padres, tachado. Tener pareja, tachado.
Conseguir un trabajo, tachado. Comprarte una casa, tachado. Tener hijos,
tachado. ¿Y todas esas frases sin tachar? Os explicare una cosa, todas esas palabras
tachadas son una argolla más en la cadena. Y, como consecuencia, todas esas
frases sin tachar son las argollas recién rotas que nos liberan amanecer tras
amanecer. A nadie le molesta que le miren, a no ser que sea de forma obsesiva. A
nadie le gusta sumar argollas a la cadena, a no ser que apenas se den cuenta de que
lo están haciendo. Si me preguntasen por el superpoder que me gustaría tener siempre
respondería: saber lo que piensa la gente. Así podría distinguir en los demás lo conseguido
de lo deseado. Meter todos tus deseos en una cajita de madera, cerrarla con
llave y lanzarla al vertedero más gigantesco del planeta. Así, con todos esos
deseos inconfesables lejos, podemos seguir sumando argollas, en el falso convencimiento
de que eso nos hace felices. Mi segundo consejo: volved corriendo al vertedero, recuperad
la cajita, agitadla bien y luego abridla para permitir que comiencen
a remontar lentamente el vuelo, alrededor de vuestro cuerpo, como volutas de
humo que nunca se desharán en el infecto aire del lugar. Porque el deseo es el todo. Y cuanto mas
real, aunque más oscuro sea, mas nos liberará de las cadenas. Tercer y ultimo consejo: desatemos la
locura.
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