"Un tranvía llamado deseo" (Elia Kazan, 1951) |
Las historias, impregnadas de una falsa moralidad, que pasan
de generación en generación., a menudo hablan del bien y del mal, de la luz y
de las sombras, del placer y del dolor. Pueden ser historias que las
generaciones escuchen y veneren. O algo que la gente tema. Las historias están
narradas para mostrarnos el buen camino o enseñarnos a evitar el camino equivocado.
Pero son esas historias las que también hacen que nos preguntemos ¿es bueno
tener fantasías? Fantasías de luz o fantasías de oscuridad. Algo que hace que
nos preguntemos si son fantasías o deseos.
Hace muchos años (quizás demasiados con lo que puede que esta
historia sea otra) conocí a una persona que me dijo que abrazase mis fantasías con
gozo. Por muy oscuras, inmorales, ilegales o terribles que fuese. Porque eran
tan solo eso: fantasías. Historias que mi mente construía involuntariamente en
la oscuridad. Algunos dirán que ese es el inicio de cualquier acto que etiquetamos
como “malvado”: la fantasía oscura. Pero resulta que no: nunca sucedió. O al
menos eso quiero creer.
El problema comienza cuando hemos arrojado todas esas fantasías
oscuras al fondo de un saco y se han mezclado unas con las otras, las terribles
mezcladas con las perversas, las divertidas con las horrorosas. Porque incluso
dentro de un saco oscuro hay zonas mas claras y otras más oscuras. Parajes que
infunden miedo: miedo a lo diferente, miedo a lo desconocido, miedo a lo que
marcará una diferencia. Todos tenemos fantasías, eso nos iguala. Aunque las
ahoguemos en el pozo de la culpa y el olvido. Aprender a rescatar ciertas fantasías
del saco y llevarlas a la realidad es apasionante si sabes cómo hacerlo. No
siempre se consigue, pero incluso en esos momentos, vale la pena intentarlo. Incluso
en el fracaso hay un éxito al intentarlo.
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