Vaya por delante (cual locomotora
en un tren) que no voy a juzgar, tampoco prejuzgar, aun menos confesar sobre el
tema que encabeza este texto. Lo cual es complicado porque, a no ser que ejerzas
de periodista (y ni aun así), las palabras las suele escribir una persona (Inteligencia
Artificial aparte) y las personas están maniatadas por la subjetividad.
Pero lo intentaré.
La infidelidad es una consecuencia
del todo natural. Lo antinatural es dejarte secuestrar un catálogo de
sentimientos por una única persona para el resto de tu vida. He escrito “dejarte
secuestrar”, en efecto. Me encanta utilizar este tipo de conceptos
manipuladores, así siempre gano la discusión. Sobre todo, en un texto donde no
hay replica posible.
Llevo muchos años practicando
BDSM y, en la mayoría de los casos, he visto infidelidades de todos los tamaños
y colores posibles. Al final he llegado a la conclusión de que ser infiel y
practicar BDSM van de la mano. ¿El motivo? Hay dos bastante claros. El primero
es la vergüenza por explicar a tu pareja ese oscuro deseo que guardas en tu
interior lo que te mueve a callar (por miedo a la reacción) y a buscar fuera de
la pareja. El segundo es que, aunque ambas personas sepan lo que les gusta en
relación con el BDSM, mantener los roles de dominante y dominante fuera de la
pareja es algo complejo porque no son emociones impermeables con lo que se
corre el riesgo de llevar esos roles a lo cotidiano con el consiguiente conflicto.
Tanto por pudor como por
protección, muchas personas buscan ciertas emociones más allá de la persona con
la que comparten lecho. Y eso no es terrible si comprendes los motivos.
Hay una persona que siempre me
dice “yo nunca sería infiel porque no me gustaría hacer algo que no me gustaría
que me hiciesen”. Respetable decisión claro, aunque torticero argumento. Esa
persona es infeliz en su matrimonio, no tienen sexo, se odian… pero tienen un
hijo y un proyecto en común y están condenados (al menos a corto plazo) a convivir
sin deseo, emoción ni muchos otros sentimientos asociados a la pareja. Es
decir: hipotecas tu felicidad por una frase que carece de todo sentido porque… ¿Quién
sabe si, debido a ese escenario, tu pareja ya está haciendo algo que a ti no te
gustaría que te hiciesen?
La infidelidad no es una moneda
de cambio, es una necesidad que traspasa cualquier moral impuesta. Quizás la
frase de esa persona sea “respeto a mi pareja”. De acuerdo. ¿Y donde queda el
respeto por ti mismo cuando estás viviendo una vida que no deseas?
La infidelidad es el picante de
la comida, es la fantasía realizada, es ese secreto que nos hace levantarnos
con un agradable cosquilleo en el estómago. Es algo terrible y maravilloso al
mismo tiempo. Es tan necesario como deplorable, tan divertido como agobiante.
Es un sueño dentro de una pesadilla. Es algo que criminalizamos de entrada, sin
pensar en ninguna otra cosa. Es un sentimiento binario que siempre acaba con el
interruptor en modo “no”.
Cada persona vive su vida como
buenamente puede (que no como quiere). Es por eso por lo que, en ocasiones, son
reprochables desde un punto de vista objetivo.
Pero resulta que no somos
objetos, somos sujetos con emociones, deseos, necesidades y ganas de vivir la
vida antes de que se agote.
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