miércoles, 19 de junio de 2024

¿Una piedra en el zapato o un gigantesco meteorito en el cielo?

 


Hay mañanas en las que la vida nos sonríe, quizás con una mueca de desaprobación, puede que esa sonrisa sea una burla. Hay otras mañanas en que ese mítico pie izquierdo es el primero en tomar tierra y todo se tuerce de tal forma que al final del día lo único que deseamos es que un gigantesco meteorito se dirija hacia la tierra y no haya ningún Bruce Willis de turno para evitarlo.

Después de la mañana llega el mediodía. Imaginemos un idílico mediodía donde todo ha salido a pedir de boca. Un idílico instante donde todos los políticos han desaparecido y donde el aceite de oliva ha vuelto a los precios de las olimpiadas de Barcelona 82. Sonreímos felices, nada puede estropearnos esa sensación de lúcida y transitoria felicidad. De repente, mordiendo una manzana, se nos rompe un diente y media hora mas tarde la lavadora hace un ruido extraño y fallece dejando escapar ríos y ríos de agua. Es entonces cuando toda esa felicidad se torna tragedia. Como el negativo de una fotografía. Un gigantesco nubarrón gris se instala sobre nuestra cabeza y volvemos a desear que Bruce Willis no salve a la humanidad. Esta sensación puede alargarse días, semanas e incluso meses. Deseamos con tanta fuerza que todo sea de nuestro gusto (porque asociamos eso a felicidad) que las pequeñas e inevitables piedras en el camino convierten la travesía en la crónica de una muerte anunciada.

Y es que a lo largo de tu vida se te va a romper mas de un diente y más de una lavadora. Eso es inevitable. El problema no es que suceda, el problema es que, si sucede al mismo tiempo, caemos en la tristeza. Confundimos mala suerte con incapacidad. 

Puede llegarte una terrible enfermedad, claro que la muerte está ahí a la vuelta de cada esquina o que el desamor, el fracaso y la inseguridad están a la orden del día. Y es por eso por lo que alimentar las grandes tragedias griegas con pequeños problemas cotidianos lo único que consigue es que vivamos siempre en una obra de Shakespeare.

¿Cómo superar eso? En primer lugar, mirando alrededor y dejando de imaginar que todos los que nos rodean son mas altos, mas guapos y tienen mas dinero que nosotros. Puede que sea verdad, pero no por eso serán más felices. Nuestras inseguridades hacen que imaginemos que estamos siempre fuera de lugar, que los demás hacen las cosas bien y nosotros no. Pero tenéis que saber que a los demás también se les rompen las muelas y las lavadoras y sufren por ello igual o aún peor que vosotros.

Y eso forma parte de la condición humana.

¿Cómo escapar? Yo intento trivializarlo todo hasta el punto de la inconsciencia. Como bien dicen, si un problema tiene solución, hazlo, pero si no… olvídate. No me gustaría ser como uno de esos gurus de la autoayuda que tienen perfiles de Instagram donde dan consejos apoyados por música motivadora, grandes letras de colores y la intensidad de quien ha desayunado cereales con cocaína.

Trivializar. Pensar que las tragedias forman parte de todas las vidas, no solo de la nuestra. Si un problema se puede solucionar, hacerlo, aunque sea poco a poco. Y si no se puede solucionar abrid otra cerveza y mirad la puesta de sol.

¿Qué más se puede hacer? Siempre he defendido que practicar BDSM es la mejor de las terapias porque nos ayuda a distanciarnos de nosotros mismos al tiempo que somos mas nosotros que nunca. Cuando practicamos BDSM nos tomamos unas vacaciones de esa persona angustiada y preocupada por todo y dedicamos un rato a ser nosotros en esencia, disfrutando y explorando. El BDSM no es la solución a las pequeñas tragedias cotidianas pero es un grandioso bálsamo.

Porque la realidad es que no hay solución a eso porque lo que nosotros percibimos como tragedias griegas son, en realidad, una minúscula piedrecita en el zapato. 

Detente, quítate el zapato, sacude la piedra y sigue caminando. Recuerda que los demás son como tu y, sobre todo, mira al cielo a ver si se acerca un gigantesco cometa que acabará con todos porque, en ese caso, no pierdas el tiempo sacándote la piedrecita del zapato.

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