Isabel se detiene frente a la
puerta entreabierta que franquea la entrada la piso. Un último respiro, una
última oportunidad, la idea de salir corriendo cruza su cabeza rebotando de
lado a lado haciéndola casi perder el equilibrio. Lo desea tanto que sabe que debe
salir corriendo, pero su coño mojado manda sobre el resto de su cuerpo,
manteniéndolo ahí, inmóvil y sin capacidad de reacción. Isabel abre la puerta,
hay un antifaz colgado de un telefonillo, cierra la puerta, se quita las gafas,
las guarda en su bolso y se coloca el antifaz. Respira profundamente. Ahora
debería decir “ya estoy, amo” pero su voz ha huido despavorida. Su voluntad se
ha perdido al cerrar la puerta, pero su cuerpo no reacciona. Abre la boca, pero
ninguna palabra sale de ella. Seguramente el amo estará pensando por que tarda
tanto. Entonces recuerda, con el antifaz cubriendo sus ojos, que el amo le dijo
que lo que más le había atraído de ella eran sus gafas, le había dicho que
quería correrse en su cara mientras ella miraba a través de las gafas como todo
aquel semen caía sobre ella. Lo quiere, desea todo eso y más aún. Quiere ser
usada, humillada, quiere sentir dolor y sentir el orín caliente de aquel
desconocido cayendo por su cuerpo. ¿Por qué? Nunca se ha entregado de esa forma
a nadie antes y nunca a un desconocido a quien no va a ver durante toda la
sesión. Esa circunstancia alejada de toda lógica es precisamente lo que la ha
movido a venir. Nada de conversaciones previas, nada de juzgarse el uno al
otro, nada de preliminares. Directa a su casa a ser usada. Eso la hace sentirse
la mas perra de la ciudad. Incluso de la provincia. Eso es lo que siempre ha
buscado: sentirse viva sin tener que pagar el peaje de cualquier tipo de
relación habitual. El sexo convencional hace tiempo que dejó de tener sentido
para ella. Por eso está en casa de ese desconocido que la va a sodomizar en
cuanto ella diga “ya estoy, amo”.
-Ya estoy, amo.
Isabel escucha unas pisadas
aproximándose a ella.
-Hola cerda -dice el hombre con
voz firme, cogiéndola de los hombros.
La mujer no sabe que contestar,
se deja guiar unos cuantos pasos hasta que se detienen.
-Delante de ti hay una cama, súbete
a ella, a cuatro patas.
Isabel obedece, apretando los
dientes. Está tan excitada que apenas puede articular un pensamiento coherente.
Solo desea sentir, descubrir, llorar, gritar…
El hombre levanta su falda, le
quita las bragas, después la recoloca en altura y posición. Isabel imagina que
es para acceder mejor a sus entrañas. El hombre abre sus nalgas, está
examinando su culo. Isabel siente una mezcla de vergüenza y excitación. El
hombre introduce un dedo, sin previo aviso, casi hasta el fondo. Isabel suelta
una pequeña queja, duele, pero es un dolor que necesita sentir, después nota el
escupitajo de el hombre en su culo. Entra un nuevo dedo, ya son dos. Isabel se
relaja y comienza a disfrutar de los dedos del desconocido hurgando en su culo.
El amo saca los dedos y Isabel nota la lengua de el lamiéndola, entrando en su
culo. ¿Es eso habitual? ¿Un amo haciéndole un beso negro a la sumisa? Nunca
nadie se lo ha hecho antes, es una sensación diferente, entre cosquillas,
placer y una extraña sensación que es agradable. El hombre se detiene, la coge
de las caderas y comienza a entrar en su culo, poco a poco, la polla abriéndose
paso en sus entrañas. Duele un poco pero no demasiado. Isabel se deja llevar,
solo quiere que aquel tipo abuse de ella, la use, la humille, la mueva a donde
nunca se ha atrevido a ir.
Solo quiere sentir.