Aceptar nuestros deseos es comenzar a caminar hacia la libertad. Vivimos en una sociedad donde se nos enseña a reprimir aquello que sentimos, aquello que desafía normas, expectativas o nuestra propia percepción de lo "correcto". Sin embargo, nuestros deseos son parte de cuantos somos. Nuestros deseos cuentan más de nosotros que todas esas certezas que verbalizamos a diario.
Reconocer un deseo, sea cual sea, no significa actuar inmediatamente sobre él, sino comprenderlo. Tomarnos cinco minutos para preguntarnos de dónde viene ese deseo, como nos define y, sobre todo, detenernos para comprender también si es algo que queremos explorar o debemos dejar ir. Este proceso no es sencillo porque algunos deseos tiñen esa reflexión de miedo, culpa o vergüenza, sentimientos arraigados en creencias culturales o personales.
La maldita moral instaurada en la sociedad que etiqueta algunos deseos como perversiones, un término que carga con el peso del juicio social y/o moral. Sin embargo, lo que se considera una perversión no es más que una etiqueta cultural que varía el tiempo, lugar y las normas de cada sociedad. En esencia, nuestros deseos más profundos —incluso aquellos que podrían considerarse fuera de lo convencional— son una parte intrínseca de nuestro ser y de nuestra diversidad emocional y sexual. Aceptar nuestros deseos (sea "perversiones" o no) comienza con un acto de autocompasión. No se trata de ceder a todos los impulsos sin reflexión, sino de explorarlos con curiosidad y responsabilidad. Aceptar nuestros deseos implica valentía porque nos obliga a mirarnos sin máscaras, desafiandonos a aceptar nuestras luces y sombras, entendiendo que desear no nos hace débiles ni criminales... nos hace más humanos. Nos invita a construir un equilibrio entre lo que queremos y lo que consideramos ético, saludable y respetuoso, tanto con nosotros mismos como con los demás. Nos enseña a trazar una línea imaginaria donde a un lado hay un gigantesco "si" frente a otro gigantesco "no".
Hace ya demasiados años conocí a una persona que me enseñó que todo deseo y/o fantasía debe ser aceptada, por muy terrible que nos parezca, por muy negativamente que nos defina. Porque en ese proceso es cuando nos conocemos. Podemos dejar para siempre ese deseo en el "no" pero en esa decisión habremos reconocido una parte de nosotros en vez de negarlo.
La verdadera liberación llega cuando dejamos de juzgarnos por lo que sentimos y empezamos a vivir en sintonía con nuestras emociones y necesidades, abriendo la puerta al conocimiento y al crecimiento. Quizá descubramos que nuestros deseos nos llevan por caminos inesperados, pero también hacia una versión más plena y honesta de nosotros mismos. Explorar nuestros deseos sin vergüenza nos ayudará a entendernos mejor, liberándonos de presiones externas que nos hacen sentir culpables por nuestra naturaleza. Aceptar no es rendirse, sino entender que la línea que separa el "si" del "no" es algo que podemos mover. Nos permite romper con esa represión que nos hemos impuesto y establecer relaciones más auténticas. Vivir en coherencia con uienes somos realmente. Y es que, al fin y al cabo, el mayor acto de amor propio es mirarnos al espejo, reconocer todos los aspectos de nuestra mente y corazón, y decirnos: "Está bien ser quien soy, con mis deseos, con mis perversiones, con mis defectos, con todo cuanto ya no estoy dispuesto a negar ni un dia mas."
Aprender y avanzar.
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