El mensaje llegó a la mañana
siguiente, poco después de las ocho. Simple, directo, como un reto que parecía
haber sido escrito para encender cada fibra en su cuerpo:
"Hoy, si confías en mí, ven
a mi casa. No importa a qué hora vienes, no tienes que avisar antes. No digas
si vas a venir o no, prefiero esa incertidumbre. Sólo hay una condición: si
vienes deberá colocarte en los ojos una venda que encontrarás en la entrada. No
me verás hasta que acabemos la sesión."
Ella leyó aquellas palabras
varias veces, maldiciendo todas y cada una de las letras, con el corazón
latiendo más rápido con cada lectura. Habían estado jugando, enviándose mensajes,
bordeando las difusas fronteras entre la broma y la realidad, siempre
dispuestos a dar un paso atrás y echarse unas carcajadas como si todo aquello
nunca hubiese podido ser real.
Pero esto era diferente.
Antes eso tenía cinco posibles
reacciones.
Podría ser curiosa pero cauta,
tirando un poco más del hilo, con la seguridad de que no iba a romperse. También
podría ser directa y escéptica, respondiéndole si acostumbraba a enviar ese
mensaje a todas las mujeres con las que deseaba acostarse. Otra respuesta podía
romper el equilibrio del misterio, forzándole a revelar su identidad. Una respuesta
tan difícil como la que sale de la precaución y la distancia, contestando de
forma negativa o ni tan siquiera respondiendo. Y, finalmente, estaba la respuesta
entusiasta, respondiendo afirmativamente, doblegándose ante el juego.
De inmediato, el miedo comenzó a secuestrar
su razón. "¿Y si algo sale mal? ¿Y si esto no es seguro? ¿Y si no lo
conoces tanto como crees? ¿y si nuestras parejas se enteran?" A pesar de
las dudas, una parte de ella continuaba intrigada. Él siempre se había mostrado
respetuoso, cuidadoso con sus palabras y gestos. Pero este juego nuevo, esta
propuesta, la sacaba por completo de su zona de confort.
¿Iba a convertirse en la mujer pasiva
que responde de forma entusiasta ante el juego de un casi desconocido? Ella no
era así. Aunque a veces fantaseaba con serlo. Ahora debía tomar una decisión. Se
levantó del sofá y empezó a caminar por el salón. Su cuerpo estaba tenso,
dividido entre la tentación y el terror. La idea de entregarse a lo
desconocido, de confiar ciegamente —literalmente—, chocaba con todo lo que
había aprendido sobre protegerse y mantener el control. Chocaba con el sentir amor por otro, el miedo
a hacer daño a alguien tan solo porque su deseo y su curiosidad eran mas
fuertes que su amor.
Sin embargo, otra voz, una más
suave pero firme, comenzó a hacerse notar. "Esto no se trata de ninguno de
los dos hombres, se trata de descubrir hasta dónde estás dispuesta a llegar. De
confiar en tu intuición y tus límites."
El hombre que le había enviado el
mensaje había dejado claro que podía decir que no. No habría preguntas ni
reproches. Volverían a verse rodeados de otras personas y nunca confesaría lo
sucedido, como si aquel juego inacabado nunca hubiese comenzado. Pero, si
aceptaba, estaría entrando en un territorio completamente nuevo, donde la vulnerabilidad
sería la clave. ¿Para que arriesgarlo
todo? No tenía sentido.
Esa mañana, mientras se vestía
frente al espejo, ella decidió ponerse una ropa más atrevida de lo normal. No
estaba segura del motivo. Quizás solo era alargar el juego unas horas más.
Llegar al borde del abismo y dar un paso atrás.
La diferencia era esa: un paso
que, aunque fuera pequeño, la empujaba hacia lo desconocido.
La curiosidad, latía fuerte en su
cabeza, en su corazón, sentía mismo palpitar en su vagina, recordándole que, en
ocasiones, la valentía no es la ausencia de miedo, sino avanzar a pesar de él.
Salir vestida de aquella forma,
con una falda, medias negras, una camisa ligeramente transparente, ropa
interior de encaje y escondida bajo un abrigo. Todo el mundo podría verla, pero
nadie sabría que se había vestido de aquella manera para ir a casa de un hombre
al que apenas conocía para ponerse una venda en los ojos y permitir que él la
desnudase lentamente.
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