viernes, 22 de noviembre de 2024

El error forma parte del menú del día.

 


Eso que conocemos como despertarse cada mañana, bostezar y volver a cerrar los ojos, eso que suele llamarse “la vida”, es un concepto tan imperfecto que, como la cinta sin fin de comida de un restaurante japonés, esto que llamamos “la vida” se impone en la demostración de que las cosas no son estáticas, tampoco dinámicas. La realidad es la de un batiburrillo de emociones, velocidades, desencuentros, momentos aislados de felicidad y una buena tapa de cazón en adobo.

Siempre me he sentido atraído por las personas que, imagino, disimulan algo detrás de sus miradas. Es una curiosidad por descubrir que esconden ahí dentro. Una curiosidad que nace de mi propio ego por conseguir el premio de haber adivinado el secreto que esconden, pero también por estar en una posición de satisfacción porque yo conozco de esa persona algo que nadie sabe.

Todos escondemos secretos. Quién diga que nunca miente, quien afirme que nunca oculta, quien testifique con convicción que es totalmente transparente… significa que es la persona más farsante del planeta.

Y nada de eso es malo. Porque la imperfección de la vida implica eso: las personas no somos perfectas.

El problema (porque siempre hay un problema) comienza cuando no tienes forma de abrir el sobre y descubrir el secreto del otro. Podrías hacerlo, pero correrías un riesgo que no estás dispuesto a asumir.

Son esos momentos donde comienzas a argumentar de forma estúpida sobre la otra persona, fantaseando con que ella te comprende casi como tu crees comprenderla a ella. Que cuando cruzáis las miradas sabéis que tenéis algo en común que nadie comparte. Pero no te atreves a abrir el sobre porque hay demasiada gente mirando o porque, aquí viene la auténtica desdicha: si te equivocas en el contenido del sobre, todas esas personas pueden señalarte diciéndote que eres un hijo de la gran (censurado).

Y lo serías, sí. Pero tampoco pasa nada. Recordad: la vida es imperfecta. El error forma parte del menú del día.

Intentaré bajar a la realidad tanta metáfora: imaginad que tenéis una pareja, imaginad que os atrae otra persona porque creéis que esa otra persona esconde dentro del sobre de los secretos más profundos algo que cuadra con el sobre que vosotros también escondéis. Imaginad que esa otra persona también tiene pareja. ¿Cómo decirle a esa otra persona que sois de la misma raza extraterrestre sin provocar una guerra interestelar?

No hay forma sin correr riesgos. Y, habitualmente, aunque suelo acertar, también suelo equivocarme. Y las consecuencias suelen ser devastadoras.

Soy curioso, soy amoral, soy amo. Y esas tres cosas juntas son los ingredientes de un peligroso cóctel.

¿Qué haríais vosotros?

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