Eso que conocemos como
despertarse cada mañana, bostezar y volver a cerrar los ojos, eso que suele
llamarse “la vida”, es un concepto tan imperfecto que, como la cinta sin fin de
comida de un restaurante japonés, esto que llamamos “la vida” se impone en la
demostración de que las cosas no son estáticas, tampoco dinámicas. La realidad
es la de un batiburrillo de emociones, velocidades, desencuentros, momentos
aislados de felicidad y una buena tapa de cazón en adobo.
Siempre me he sentido atraído por
las personas que, imagino, disimulan algo detrás de sus miradas. Es una curiosidad
por descubrir que esconden ahí dentro. Una curiosidad que nace de mi propio ego
por conseguir el premio de haber adivinado el secreto que esconden, pero también
por estar en una posición de satisfacción porque yo conozco de esa persona algo
que nadie sabe.
Todos escondemos secretos. Quién diga
que nunca miente, quien afirme que nunca oculta, quien testifique con
convicción que es totalmente transparente… significa que es la persona más farsante
del planeta.
Y nada de eso es malo. Porque la imperfección
de la vida implica eso: las personas no somos perfectas.
El problema (porque siempre hay
un problema) comienza cuando no tienes forma de abrir el sobre y descubrir el
secreto del otro. Podrías hacerlo, pero correrías un riesgo que no estás
dispuesto a asumir.
Son esos momentos donde comienzas
a argumentar de forma estúpida sobre la otra persona, fantaseando con que ella te
comprende casi como tu crees comprenderla a ella. Que cuando cruzáis las miradas
sabéis que tenéis algo en común que nadie comparte. Pero no te atreves a abrir
el sobre porque hay demasiada gente mirando o porque, aquí viene la auténtica desdicha:
si te equivocas en el contenido del sobre, todas esas personas pueden señalarte
diciéndote que eres un hijo de la gran (censurado).
Y lo serías, sí. Pero tampoco
pasa nada. Recordad: la vida es imperfecta. El error forma parte del menú del
día.
Intentaré bajar a la realidad tanta
metáfora: imaginad que tenéis una pareja, imaginad que os atrae otra persona
porque creéis que esa otra persona esconde dentro del sobre de los secretos más
profundos algo que cuadra con el sobre que vosotros también escondéis. Imaginad
que esa otra persona también tiene pareja. ¿Cómo decirle a esa otra persona que
sois de la misma raza extraterrestre sin provocar una guerra interestelar?
No hay forma sin correr riesgos.
Y, habitualmente, aunque suelo acertar, también suelo equivocarme. Y las consecuencias
suelen ser devastadoras.
Soy curioso, soy amoral, soy amo.
Y esas tres cosas juntas son los ingredientes de un peligroso cóctel.
¿Qué haríais vosotros?
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