La nueva sumisa se detuvo frente a la puerta, sintiendo el peso del aire frío del invierno envolviendola como una segunda piel. Sus dedos temblaban sosteniendo el teléfono, leyendo una vez más el mensaje. El edificio, una construcción antigua de ladrillos oscuros y grandes ventanales parecía contener secretos en cada balcón lleno de flores, en cada luz proyectada desde el interior. ¿Sería una de esas luces la de la casa del hombre? La nueva sumisa respiró hondo, intentando calmar el torbellino formado en su pecho. Su mente era un campo de batalla entre la obediencia que tanto había deseado desde que tenía uso de razón y el miedo, puro y visceral, a lo desconocido, el miedo a las consecuencias. El miedo a dar un paso que convirtiese todo en algo diferente. Había leído y fantaseado sobre esto durante días. Pero ahora que estaba allí, frente a aquella puerta, sentía que el mundo se le encogía bajo los pies. ¿Y si no era suficiente? ¿Y si su cuerpo traicionaba su voluntad? Miró el teléfono una última vez, buscando desesperadamente algún mensaje que suavizara la tensión, pero no había nada más. Todo estaba dicho. No habría más palabras, solo actos.
Con un último suspiro, levantó la
mano y oprimió el botón del portero automático, un zumbido sonó al cabo de unos
instantes, formando un resonante eco en su propia mente. Empujó la puerta y
sintió cómo se abría, pesada y lenta, revelando un pasillo luminoso al final
del cual se veía la puerta de un ascensor.
La nueva sumisa avanzó un paso, y luego otro. La puerta del
edificio se cerró detrás de ella con un sonido sordo, apartándola de su mundo,
como la pesada puerta de madera de una mazmorra. Allí, esperando al ascensor,
sólo quedó su respiración entrecortada y un miedo que no era terror, sino
expectativa.
Al poco rato estaba frente a la puerta, entreabierta. La
nueva sumisa la empujo, un pasillo iluminado la esperaba, no se veía a nadie más.
A su derecha, como le había dicho el hombre, un antifaz colgaba del telefonillo
del portero automático.
La nueva sumisa bajo la vista, observando sus zapatos, sus
medias negras, la falda por encima de la rodilla, observó sus manos, su teléfono
móvil. No podía ver más allá de ella misma. No quería mirar la decoración del
pasillo. Finalmente cogió el antifaz y se lo colocó.
-Ya estoy, amo.
Unos pasos acercándose a ella, antes había visto y hablado
con aquel hombre en otros momentos, nada que ver con el actual. ¿Cómo imaginar
que aquel tipo era un amo? ¿Cómo habría adivinado el que ella sentía esa
sumisión anclada en el pecho?
—Bienvenida -dijo él, con esa voz tan peculiar.
Y entonces la nueva sumisa supo que ya no había marcha
atrás.
-
Muchas veces he escrito este mismo relato de diferentes
formas. Quien me lea habitualmente creerá que estoy obsesionado con este
escenario, el de una mujer que desea ser sumisa y que viene a mi casa a ser sumisa
sin verme en ningún momento.
La primera impresión, repitiendo este relato puede ser la de
que me gusta mostrar la fragilidad de la mujer, llenándola de dudas, al mismo
tiempo que yo me pongo en una posición de poder, no permitiéndole ni mirarme a
los ojos.
Muchas personas interpretarán este relato como una
propuesta, otros como una fantasía, algunas personas lo verán como la
descripción de algo que ha sucedido realmente.
La mayoría pensarán que es un escenario donde yo tengo más a
ganar que ella.
Puede parecerlo… pero la realidad siempre ha sido
completamente diferente. De la misma forma que una fantasía es diferente de la
realidad.
Pero tú continúa en tu comodidad, di que sí.
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