La mujer de mirada cansada tiene una presencia que, sin llamar la atención, nunca pasa desapercibida. Su cabello rubio, lacio y brillante, cae sobre sus hombros, enmarcando un rostro que refleja una belleza comunión de la madurez y los rasgos de quien aun conserva esa añorada juventud. Sus ojos, ligeramente cansados, cuentan historias de noches largas y reflexiones profundas, hay en ellos una mezcla de dulzura y melancolía, como si hubieran visto y sentido más de lo que están dispuestos a revelar. Mirada que esconde más que muestra, en desacuerdo con el resto de sus risueñas expresiones. Un rostro hermoso, sin lugar a dudas, aunque no llama la atención por eso. Su voz es su rasgo más distintivo: peculiar, con una tonalidad única que captura la atención de quienes la escuchan, como una sirena escondida en el cuerpo de una mujer común que se dirige a ti, sonríe, vocaliza cualquier palabra y tu, desdichado marinero que la escuchas, quedas irremediablemente fascinado por el canto y caes postrado a sus pies. Es una voz que podría ser suave como un susurro o firme como una declaración, pero mantiene un matiz que la hace especial, resonando con una calidez que envuelve y un dejo de misterio que invita a conocer más. El misterio de alguien que no parece misterioso. La claridad de alguien que esconde cientos de secretos en cientos de cajas firmemente cerradas. Si sabes observar te das cuenta de que lo que ves de esa mujer es solo una pequeña parte de lo que es. Hay emociones firmemente atornilladas a nuestra personalidad que solo podemos mostrar a quien tenemos tal confianza que podríamos poner nuestra vida en sus manos.
Una sonrisa se dibuja lentamente en su rostro, no es una sonrisa abierta, sino más bien una curva sutil y enigmática en la comisura de sus labios, apenas perceptible, como una sombra de emoción contenida. Sus ojos parecen brillar con una chispa oculta, dejando entrever ese secreto que permanece velado detrás de una mirada tranquila. Es una sonrisa que provoca curiosidad, que sugiere que hay algo más detrás de su aparente calma, una verdad que no se revela con facilidad. Esa pequeña sonrisa guarda la promesa de historias no contadas, de pensamientos intrincados que juegan en su mente, de intenciones que nunca se manifestarán. Una sonrisa que despierta preguntas.
No voy a describir más de su físico por varios motivos, el más importante es porque en cuanto vi su mirada, me dió igual el resto. Describir a una mujer obviando su apariencia física permite resaltar aspectos de una personalidad compleja y tridimensional que no se reduce a su apariencia externa. Quien lee sobre una persona o personaje necesita esa descripción física. Necesita saber si esa persona es alta, es delgada, camina elegantemente o, en el caso de relatos eróticos necesita conocer el tamaño de los cuartos traseros y de los pechos, del pene y de unos músculos bronceados. La cosificación en el relato es imprescindible para encender la mecha del interés ajeno.
Pero este no es el caso.
La mujer de mirada cansada podría ser todo cuanto no se ajusta a mis gustos físicos y me seguiría pareciendo tan interesante que su recuerdo vuelve a mi cabeza constantemente y sin poder evitarlo.
Me resulta del todo imposible acercarme a ella y desvelar mis intenciones sin tomar ciertos riesgos que puedan destruir cualquier escenario conocido. ¿Cuáles son mis intenciones? Eso es lo que desconozco, solo tengo la certeza de que su personalidad se ha quedado grabada en mi cabeza desde el primer instante en que me crucé con ella. Me gustaría conocerla más a fondo, sin dobleces ni segundas intenciones, observar esos ojos cansados sin nadie a nuestro alrededor y hablar, simplemente. Entrecerrar los ojos y dejarme mecer por su voz.
Escuchar sus secretos: no deseo más.
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