miércoles, 4 de diciembre de 2024

El borde del acantilado (relato)

 


La mujer se pregunta qué diablos hace arrodillada frente a ese hombre, se pregunta cómo diablos ha llegado hasta esa situación. Diablos, diablos y diablos. Preguntas, preguntas y mas preguntas sin respuesta. Ahora sólo queda decidirse por la opción A o por la opción B, no hay más opciones. Y, llegados a este punto, la mujer siente todo lo idiota que ha sido por tener dudas cuando las opciones se han reducido a tan solo dos. ¿Y ahora qué? De nuevo diablos, diablos y media docena más de diablos. La intuición sabe lo que quieres antes de que lo racionalices así que solo debe cerrar los ojos e imaginar haber elegido una de las opciones. Bueno, eso será fácil, ya lleva una venda en los ojos. 

Opción A: abrir la boca y permitir que el pene de aquel desconocido entre y salga de su boca hasta la explosión final.

Opción B: arrancarse la venda de los ojos, levantarse, pedir perdón (o no pedirlo) y salir corriendo de allí.

La opción A desagrada a todo su ser pero estimula a su parte más sumisa y depravada. La opción B le hace sentir temor a defraudar a aquel tipo, necesita su aprobación por encima de todo. ¿La necesita realmente?

Quizás debe simplificarlo todo: ¿le apetece chuparle la polla a aquel tipo? Por supuesto que sí. Por supuesto que no. Si tomar una decisión fuese tan sencillo no existirían ni los debates electorales ni los divorcios.

La mujer permanece en silencio con la boca cerrada. Imagina al hombre frente a ella, con el pene erecto, con un rictus de confusión dibujado en su cara. Imagina que la decepción comienza a instalarse en el alma de aquel tipo que iba a ser su amo. O que es su amo. O que será su amo. Imagina que el tipo estará pensando en que ella siente miedo y va a salir corriendo de allí. Quizás tenga razón.

Opción C: decirle al hombre que quiere hablar un momento antes de comenzar.

No, eso debería haber sucedido antes. Además, ella es consciente de que comenzar a hablar rompería toda la dinámica que la ha traido hasta aqui. Le ha costado demasiado reunir el valor para hacerlo. Detenerse ahora lo único que conseguiría sería volver a empezar.

¿Quiere ser sumisa? ¿Quiere ser una perra arrastrada como la llama aquel tipo? ¿Quiere olvidarse de su bonita vida, de su pareja, de sus amigos... y sentir que es otra durante unas horas? La mujer quiere todo eso y quiere aún más. Pero sigue sintiendo que está al borde del precipicio, un lugar donde no es capaz de ver el fondo. El vacío frente a ella parece ahora inmenso, pero también hipnótico. No es el miedo lo que la mantiene estática, sino la mezcla de emociones que la ha llevado hasta allí. Esa es la clave. no es miedo. Una vida repleta de de decisiones tomadas para complacer a los demás, de sueños postergados por responsabilidades ajenas, la ha empujado hasta el borde del acantilado. Ha llegado el momento de tomar la decisión de complacer, pero hacerlo de forma consciente y salvaje.

La mujer abre la boca.

El hombre mete su pene hasta el fondo de su garganta, haciéndola toser, ahogándola.

-Buena perra arrastrada -dice el hombre.

La mujer, aun con el pene ahogándola, sonríe. Cayendo al vacío desde el borde del acantilado. 

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