lunes, 21 de julio de 2025

El amor: ese complejo experimento químico que confundimos con poesía




Confundimos el amor con toda clase de sentimientos semejantes: cariño, deseo, amistad, hambre emocional y, a veces, incluso con el hambre o el sueño. No nuestra culpa: el amor no es un sentimiento puro, sino más bien una especie de cóctel emocional del que no existe receta. Basta que nos crucemos la mirada con alguien, que esa persona nos haga reír o nos abrace cuando estamos medio rotos, para que el cerebro —ese bromista bioquímico— declare con entusiasmo: “¡Estoy enamorado!”

A veces, ni siquiera es complejo. Un poco de afecto y ya hay quien asume que hay amor de por medio. “Si me das cariño, es que me amas”, decimos, como si los gestos humanos vinieran con etiquetas. La realidad es una hermosa confusión afectiva, generada por siglos de poesía, películas de sobremesa y ese hábito ancestral de romantizar hasta los buenos días de una persona desconocida en un ascensor.

Si nos ponemos en modo científico —y aquí viene la parte donde arruinamos la magia—, todo se reduce a química. Tu corazón no se rompe por amor; se activa una serie de neurotransmisores y reacciones hormonales que hacen que sientas que se te parte el alma. Spoiler: los corazones rotos nunca se rompen. Esa sonrisa que te derrite podría no ser más que un estímulo visual que tu cerebro interpreta como una señal para liberar dopamina, oxitocina o, en términos más directos, “el pack básico del enamoramiento”.

Pero ha sido solo una sonrisa, tan solo un buenos días en el ascensor, tan solo un mensaje de whatsapp con un emoticono lanzando un beso. La química del cerebro es nuestro peor enemigo.

Y cuando te atrae un rostro hermoso, lo que estás admirando, en realidad, es una estructura compleja de átomos que forman tejidos, músculos, huesos y, con suerte, una expresión simpática. Lo romántico sería decir “me encanta tu sonrisa”; lo científico sería: “me fascina cómo tus células epiteliales se organizan para generar un patrón facial simétrico con activación emocional positiva”.

En resumen, podríamos desromantizar absolutamente todo si aplicamos el filtro de la ciencia. Somos básicamente recipientes de agua con carbono —ya lo definían así en Star Trek antes de que fuera cool—, deambulando por la vida, obsesionadas con otras bolsas de agua que nos activan la amígdala cerebral.

Y aun así… ves una sonrisa, y el universo frena de golpe. Desearías que esa persona girase en torno a ti como si fueras el centro de su sistema solar emocional. Quieres reemplazar a otro en su cama, en su vida, en su playlist de favoritos. ¿Eso es amor? ¿Deseo? Quién sabe. Lo cierto es que todo eso —el “te quiero”, el “me muero por verte”, el “te echo de menos”— no son más que procesos químicos muy eficientes que, por alguna razón, nos hacen sentir que vivir tiene un poco más de sentido.

Aunque seamos, al final del día, átomos con sentimientos... o sentimientos con exceso de átomos.

Y, a pesar de eso, gracias a Dios, sigue siendo emocionante, excitante e incluso prohibido. O gracias a la química, si no creéis en Dios.

...

Si quieres saber más sobre este tema o proponerme algún tema sobre el que escribir, puedes contactar (discretamente) conmigo a través de INSTAGRAM @dopplerjdb / TELEGRAM @jdbbcn2 / eMAIL john_deybe@hotmail.com

No hay comentarios:

Publicar un comentario