Detrás de esta combinación tan adorable como desconcertante, hay un movimiento de exploración identitaria, libertad sexual y ganas de pasarlo bien sin prejuicios. Es el espacio perfecto para quienes quieren jugar con roles, poder y sumisión, pero sin dejar de sentirse como si estuvieran en una de esas fiestas de pijama que vemos en las película americanas. Vamos, quieren jugar con fuego pero sin temor a quemarse. Como el que dice que es campeón de boxeo... y solo lo ha sido en un videojuego. No duele, no sientes la violencia. Todo huele a caramelito de fresa y nata.
Algunos lo utilizan para desestresarse después de una ardua semana de trabajo, ¿qué mejor que dejar de ser jefe de cocina y convertirte en un zorro que grita “¡castígame, osito, he sido muy malo!”? (si, es un chiste en referencia a la famosa serie de televisión).
Si hay un país donde uno puede entrar a un club vestido de unicornio BDSM y nadie parpadea, es Berlín. Una ciudad, que quienes conocemos el mundo BDSM, somos conocedores de que lleva años en la vanguardia de todo, desde el BDSM mas extremo y peligroso... al mas inocente y achuchable. Estos alemanes siempre van un paso por delante, incluso para perder todas las guerras que comienzan.
Puede parecer una locura, pero en el fondo, estas mazmorras nos enseñan algo: el deseo humano no tiene límites… ni forma. Puede venir envuelto en cuero negro o en un panda con arnés de arcoíris. Y eso, reconozcámoslo, es maravilloso. Y eso nos enseña otra cosa aun mas importante: el BDSM no tiene porque ser algo violento, ni agresivo, ni te tiene que poner contra la pared. El BDSM también puede ser algo suave y mullido donde los roles se respeten y todo fluya como el sirope de fresa sobre un helado.
Así que ya sabes: si te cruzas con un conejo de dos metros con mirada de deseo y un látigo en la mano, no huyas. Podría estar invitándote a una noche de BDSM suave y mullidito.

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