El chofer, viejo y cansado, observa en el espejo retrovisor a la joven que está sentada en la parte trasera. Es hermosa, de rasgos afilados y piel blanquecina, delgada, con el pelo largo y vestida de negro. Yo soy ese taxista, claro y ella es la mujer que podría haber sido mi mejor sumisa, aunque no supe ser su amo, tampoco era el momento. Mi equivocación fue darle lo que creí que necesitaba como persona, dejando en segundo término su educación como sumisa. Soy ese chofer viejo y cansado al que le falla la memoria y lleva a su clienta al lugar donde cree que debe ir, no al lugar donde ella le ha dicho que quiere ir.
Creo firmemente que el recorrido de esta mujer como sumisa es mucho, a pesar de su arrogante juventud y la negación del espacio donde la vida la había encajado. Creo firmemente que como sumisa podría haber sido la mejor que he conocido, solo debía haberme distanciado de esa arrogancia y de ese espacio y haber sabido construir un nuevo espacio acorde a ella, no a lo que yo creía que debía ser. Debería haberla llevado a su destino, ser malo, ser amo.
Una pena porque no hay un día que esté señor lobo no deje de pensar en ese ángel caído
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