lunes, 13 de agosto de 2018

La bravura III (relato breve)

 

Se llegó el dia del cacho y la falsedad!!! Todos son unos cachones y  cabrones unos cajoneros, viva Sahagun hptaa #1 en cachoooo!! |  ask.fm/andreslafont

El toro entornó sus ojos, cegado por el sol, ahora, en el centro de aquella plaza, el calor quemaba su piel y provocaba una conocida cólera que nacía en sus patas y finalizaba en sus astas afiladas. La mujer torera, al otro lado de la arena, con el traje ceñido a su cuerpo, sonreía blandiendo su arma. Llevaban demasiado tiempo decidiendo quien ganaría a quien y ahora había llegado el momento.

El toro decidió que daría unas vueltas alrededor de aquella mujer aparentemente frágil, estudiándola, decidiendo como penetrarla con su asta para demostrarle que era él quien mandaba. Mientras lo hacía, la mujer giraba también sobre si misma, mostrándole su arma.

Y fue en ese mismo instante que el sol perdió toda su ira, oscureciéndose tras un cúmulo de nubes grises que cedieron paso a una fiera tormenta. El público abandonó rápidamente la plaza de toros mientras toro y torera continuaban girando el uno alrededor del otro, continuaban observándose, completamente mojados.

Y fue entonces que hallaron la respuesta: eran iguales y precisamente por eso solo podía quedar uno. Pero también entendieron que como aquella lluvia había despojado a la corrida de toda emoción, también mojaba a ambos por igual. Dos animales heridos, intentando demostrar quién era más poderoso que quien.

Iguales.

De repente, la mujer arrojó su arma lo más lejos que pudo mientras el toro se acercaba lentamente hasta ella. La mujer le acarició el lomo y el animal salvaje hincó sus patas delante de ella, a modo de reverencia. Ambos sabían que, con un solo movimiento, el toro podía acabar con la vida de la mujer, ensartándola sin dificultad, pero no lo hizo. La mujer se abrazó al cuello del animal. Ahora eran dos amantes bajo la lluvia.

Y, de esta manera, finalizó una corrida para comenzar otra, de igual a igual, olvidando sus egos y sus iras, dejando a un lado sus prioridades y permitiendo que la lluvia les ayudase a deslizarse la una sobre el otro.

Y comieron perdices, claro.


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