viernes, 9 de octubre de 2020

El baile descuidado (relato)

 

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Un gallo afónico apostrofa la sentencia, encaramado en lo alto del palo, retorcido nerviosamente sobre sí mismo, con esos movimientos parecidos al latigazo del verdugo. ¡Oh mundo asqueroso! Y para postre la indiferencia... En el cuarto, el amo saca del armario su traje de cuero, antaño brillante, ahora cuarteado y opaco. ¡Lamentable! El amo retuerce el cuero que deja caer trozos de sí mismo como una caspa negra sobre un esmoquin tuxedo blanco. El amo lo lanza al suelo armado de una furia incontenible. Acaba de cumplir cincuentaicuatro años y se siente como ese traje de cuero estropeado. Son las ocho y media y la sumisa llegará en breve. El gallo intenta lanzar un último alarido para descubrir que sigue afónico. ¿Y si este es el final de su vida dentro de su rol? Aplastaría ahora mismo con fuerza cigarrillo contra un sucio cenicero pero ni fuma ni tiene ceniceros en su casa. Menuda desdicha la suya, ni tan solo puede fingir que es un desdichado.

La portezuela de un taxi se abre en la calle y del vehículo desciende una mujer vestida con un liviano traje de algodón. Hace demasiado frío para vestir así, piensa el taxista. La mujer sacrifica su bienestar por la obediencia. Todo cuanto de sagrado hay en una relación así, que no debería serlo tanto. ¿Qué diablos está haciendo? Quizás un minuto más, pero nunca el resto de tu vida.

El amo, unos pisos más arriba, recupera un disco de la pila que hay en el suelo y lo coloca cuidadosamente en el tocadiscos. La música que invade su pequeño apartamento. Es jazz. ¡Menuda sorpresa! En realidad, todos los discos que tiene son de jazz, piensa. Aburrido.

El decoro impide a la mujer haber salido de casa sin ropa interior. ¿Qué pensará él? En cierta manera le ha desobedecido.

El amo toma asiento en el sofá, cierra los ojos, se humedece los labios y permite que la música le envuelva y le transporte a un lugar más cálido.

La mujer, su sumisa, oprime el timbre de su puerta.

El amo no abre.

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