La mujer y el hombre, de pie ambos, frente a frente, sin articular palabra. La mirada de él intenta construir una superioridad que aún no ha logrado, disparando en todas direcciones. La mirada de ella transmite seguridad. ¿Pueden las miradas reflejar una emoción concreta? Están completamente vestidos, aun con la ropa de calle, acaban de entrar. Instantes antes de esta imagen, el hombre le ha ordenado que se desnude y ella se ha negado. En rotundo.
El hombre la observa, consciente de que cuando alguien niega algo que desea, está transitando ese camino construido con orgullo y miedo, el comienzo de un juego donde el otro contrincante quiere ver hasta donde será capaz de aguantar. Le ha pedido que se desnude porque es lo que debe ser. Y ella se ha negado por motivos que él debe comprender. Y destruir.
La mujer le observa, consciente de que acabará desnudándose y estando a sus órdenes. Pero aún no. Le apetece mantener unos minutos más el hecho de que sus decisiones sean solo suyas. Por supuesto que quiere convertirse en la sumisa del hombre que tiene frente a ella. También sabe que negarse a la primera orden puede resultar un desastre. Pero quien tiene alma de escorpión seguirá siendo siempre un escorpión, aunque muera ahogado en un río.
-Desnúdate -repite el amo.
La sumisa no responde. Si quiere verla desnuda, que la desnude él. ¿Está haciendo lo correcto? Es la primera vez que actúa como sumisa. Que palabra más fea. ¿Debe seguir negándose o mejor comienza a quitarse la ropa? Que lo decida él.
El amo intenta comprender cuanto sucede. Y le disgusta. Comenzar una sesión con una sumisa que ponga a prueba a su amo no es la mejor forma de comenzar algo. Es una mala idea por parte de ella.
¿Morirán ambos ahogados en el río?
-Es la última vez que te lo ordeno: desnúdate -dice el amo.
Y, entonces, ella actúa.
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