Existen cientos (miles, quizás millones) de motivos por los que alguien querría someterse voluntariamente los deseos de un igual. La realidad es que existen tantos motivos diferentes como sumisos y sumisas diferentes caminan por este imperfecto mundo esperando a que alguien les someta Los motivos de Mariposa para ser sumisa eran tan simples como dar con ese lugar donde no se sintiese presionada a ser quienes otros (incluso ella misma) le decían que debía ser. Convertirse en sumisa significaba liberarse de los grilletes que habían colocado alrededor de sus tobillos y sus muñecas, unos grilletes que continuaban en unas pesadas cadenas que la mantenían presa de su propia existencia. Y convertirse en una esclava era, paradójicamente, lo único que la hacía sentirse libre.
-¿Por qué quieres ser sumisa? -preguntó el amo, con su mirada clavada en los azules ojos de su aprendiza.
-Me imagino en cualquier situación donde soy sumisa y me da mucha paz, obedeciendo, sin tener que estar pensando que hago, si lo hago bien o mal -contestó Mariposa, desviando la vista hasta el suelo, como avergonzada de que su respuesta pudiese parece simple a oídos de su mentor.
-Nadie debería juzgarte. Pero claro, esa es la teoría. Nuestra realidad es que constantemente nos sentimos juzgados por los unos y por los otros. Y eso nos lleva a la continuada sensación de que siempre habrá hacemos mal. ¿Sabes por qué nos juzgan los demás?
Mariposa tenía su propia respuesta, aunque prefería escuchar la de su amo, así que se encogió de hombros.
-Porque juzgarnos -continuó el amo- les hace sentirse superiores a nosotros.
Mariposa levantó la cabeza, con una tímida sonrisa dibujada en su rostro. En cierta manera, esa era también su respuesta.
Existen cientos de motivos por los que alguien querría someterse a los deseos de otra persona. Pero al amo le importaban bien poco los motivos de los demás. Le importaban bien pocos los demás. Lo único que anhelaba era conocer los engranajes que giraban y giraban en la cabeza de su aprendiza para poder darle lo que ella deseaba. Aunque para eso, primero debía descifrarla.
-Mi principal tarea -dijo el amo- no es enseñarte a ser sumisa. Eso lo aprenderás con el paso del tiempo. Lo único que puedo prometerte es que jamás te juzgaré, Tan solo espero de ti compromiso y esfuerzo. No importa si algo sale mal, repetiremos hasta que salga bien. Y si no sale bien o no sale como yo creo que debería, entonces ese esfuerzo será nuestro premio. Mi única tarea es ayudarte a comprender que siendo mi sumisa encontrarás ese lugar que buscas, obedeciendo simplemente, ese remanso de paz donde nadie te preguntará nada, nadie te juzgará, nadie se enfadará contigo.
-¿Ese lugar existe? -preguntó la sumisa.
-Estás ahora mismo en él -contestó el amo.
Nos ha faltado explicar donde y por qué el amo y su aprendiza Mariposa estaban manteniendo esta primera charla: el amo ordenó a Mariposa que viniese a su casa, vestida con un vestido negro parecido al de una foto que había visto de ella. Era la primera vez que se encuentran cara a cara. El amo estaba de pie frente a Mariposa, ambos en el comedor de la casa de él. El amo no había tocado aun a Mariposa, quien no podía evitar un ligero temblor, dudando de ella misma, dudando de si se trataba de miedo, excitación o ambos.
El amo dio un paso atrás.
-Mastúrbate, Mariposa.
Ella recibió la orden como si la acabasen de golpear en plena cara con una toalla mojada. Continuó mirando al amo sin articular palabra. ¿Le había ordenado que se masturbe? El amo clavaba su mirada en esos ojos azules y transparentes como el agua más virgen de la playa más desconocida del caribe. Observando el aro que adornaba su nariz, sus labios finos y apretados ahora, sus cejas pobladas. Bajó la vista y observó los tatuajes que adornaban su cuerpo. Solo veía unos pocos, conocedor de que habían mas y pronto los vería. El amo sonrió, Ella era su propiedad ahora, aunque no sonreía por eso.
Sonreía porque ella era su responsabilidad ahora. Y en eso consiste ser amo.
-Mastúrbate, Mariposa -repitió el amo.
Mariposa dudó unos instantes. En su imaginación había construido cientos de comienzos posibles. Pero ese nunca. ¿Masturbarse frente a su amo? Debía obedecer, No podía permitir que su amo le repitiese la orden una tercera vez. Debía obedecer porque era lo que debe ser pero, sobre todo, porque era lo que más deseaba hacer ahora mismo: encontrar esa paz.
-¿Me quito la ropa? -preguntó Mariposa.
-No lo hagas, simplemente mete tu mano bajo el vestido y mastúrbate Mariposa, esa es mi orden.
Sin esperar ni un minuto más, Mariposa deslizó una de sus manos bajo el vestido, subiendo por el interior de sus muslos hasta su entrepierna, apartando con los dedos la ropa interior y metiendo los dedos más adentro. Estaba completamente mojada. Hacía tiempo que no se sentía tan excitada. Quizás nunca lo había estado. O al menos no de esa forma. Mariposa comenzó a masturbarse, de pie, vestida, frente a un hombre que la observaba atentamente. El placer que sentía era cada vez mayo. No por el hecho de masturbarse sino porque lo estaba haciendo frente a su amo. ¿Qué sería lo siguiente? ¿La obligaría a arrodillarse y a meterse su pene en la boca? Ojalá. ¿La ataría a una cama y la usaría para su placer? Ojalá. Ver al amo e imaginar todo cuanto podría suceder a continuación hizo que Mariposa se corriese en apenas unos segundos. Un orgasmo que recorrió su cuerpo como una descarga eléctrica y la obligó a taparse la boca para ahogar un grito de placer. Una vez recuperado el control de sí misma, levantó la mirada y observó su amo quien estaba sonriendo. Parecía satisfecho. ¿Estaría satisfecho?
Ojalá.
-Bien hecho, Mariposa. Buena sumisa.
Mariposa no contestó, sacó la mano de su entrepierna. Estaba completamente mojada. Mariposa desvió la mirada, avergonzada.
Entonces el amo se acercó a ella y la abrazó. Un gesto inesperado que trasmitió una ola de calidez recorriendo el cuerpo de Mariposa. Hacía mucho tiempo que no se sentía tan bien, tan en paz consigo mismo, tan reconfortada. Aunque Mariposa no podía evitar seguir imaginando que sucedería a continuación.
-¿Estás bien? -preguntó el amo, pegado a su mejilla, pegado a su cuerpo, pegado a su ser.
-Si -contestó Mariposa,
La realidad era mucho mayor que ese Sí. La realidad era que nunca ha estado mejor.
-Ahora quiero que vuelvas a tu casa -dijo el amo, aun abrazado a ella.
Mariposa no comprende que está sucediendo. ¿No quiere más de ella? ¿Ha hecho algo mal?
El amo deja de abrazarla y la mira a los ojos, sus rostros están a apenas unos centímetros.
-No te preocupes Mariposa -dijo el amo.
Después la besó en los labios. Un beso breve, sosteniendo la cabeza de ella entre sus manos.
-Entiendo que puedas pensar que no quiero más de ti, pero no se trata de eso -comenzó él-, Esto no es una carrera sino un camino. Hoy has dado el primer paso. Los próximos días volverás y seguirás aprendiendo a recorrer este mismo camino. ¿Cómo te has sentido?
-Me ha gustado, pero solo quiero saber si lo he hecho bien, amo.
-Lo has hecho de maravilla, mi dulce Mariposa. Incluso si no hubieses obedecido, lo habrías hecho bien.
-No entiendo, amo.
-Estoy orgulloso de ti desde el momento en que has entrado por la puerta de mi casa. En eso consistía tu primera lección, en ayudarte a perder el miedo y comenzar a caminar. Yo no te he enseñado a caminar, eso ya lo sabías hacer. Pero el miedo a que los demás juzguen si haces algo bien o no, paraliza tus pies. Lo único que quería es que vinieses. El ordenarte que te masturbases es mi regalo. Ahora puedes irte, pero no te vayas con la sensación de que no quiero más de ti. Ahora mismo estaría horas y más horas contigo educándote, sacando esa sumisa que escondes dentro desde hace mucho. Pero prefiero que comprendas que la primera lección no ha sido una lección.
-¿Qué ha sido entonces? -preguntó Mariposa.
-Un pequeño empujón, mi querida Mariposa -y diciendo esto, el amo volvió a abrazarla.
Mariposa sonrió satisfecha. Hace un mes nunca habría imaginado que podría ir a casa de un desconocido a masturbarse frente a él, pero acaba de hacerlo y no se arrepiente de ello. De lo único que se arrepiente es de haberse cortado a la hora de expresarse mientras se masturbaba. La próxima vez que su amo le ordene algo, obedecerá sin timidez ni temor a ser juzgada, Orgullosa de haber tomado sus propias decisiones y haber logrado traspasado esa línea roja que siempre se propuso cruzar, pero que la aterrorizaba. Ahora sabe que puede y debe. Y ahora ha aprendido que esa paz existe.
Una paz donde puede ser ella misma, sin que nadie le diga si está bien o mal, sin tener que pensar en nada más que obedecer. Olvidándose del mundo real por unos momentos.
Siendo una SUMISA.
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