El siguiente escenario, en la iniciación de Mariposa, era inevitable. Si habéis leído las anteriores entregas/propuestas sabréis entonces que esto es un increscendo, una fotografía detrás de otra, a cada cual adentrándose más aún en esa cueva que son nuestros deseos más oscuros deseos donde la literatura es una suerte de candil que arroja un poco de luz que evita que nos perdamos. En este nuevo escenario Mariposa entra en mi casa como en las tres ocasiones anteriores. No perderemos tiempo diciendo quien es Mariposa, como de maravillosa me parece o por qué viene a mi casa a encontrarnos por vez primera.
Mariposa va a convertirse en mi sumisa, ese sería el resumen para los recién llegados.
Siguiendo nuestro juego de control del vestuario, Mariposa ha venido vestida como su amo la ordenó. Viste una falda plisada con estampado escocés y una camisa blanca. Sonreímos y después la cojo de la mano y me dirijo al interior de mi piso. Tampoco hay besos en esta ocasión, ni tan solo uno de esos besos cariñosos en la mejilla. No porque no nos apeteciese sino para no perderte en el bosque debes conocer el camino.
No le voy a preguntar si quiere tomar algo porque conozco su eterna indecisión y porque no quiero darle tiempo a pensar. Debo actuar, debemos actuar. Hemos mantenido muchas conversaciones para dibujar el escenario de nuestro primer encuentro, para hacer un story board de lo que será nuestra primera película. No debo preguntar a Mariposa nada más, no debo dejarle ni un resquicio de pausa para que sus miedos se aferren y se quede congelada.
Guiándola, pasamos de largo por el comedor y llegamos hasta la habitación. Mariposa observa la cama y comienza a temblar. Yo la abrazo y le susurro una única frase al oído.
-Confía en mí, mariposa.
Lo que iba a suceder, lo habíamos hablado antes, revisando cada práctica, poniendo límites y salvando dudas. A pesar de ello, Mariposa temblaba como esos corderos que van camino del matadero. Por eso, ese abrazo conciliador quizás fuese un error en esta historia, pero un error necesario.
La ordené que se pusiese a cuatro patas sobre la cama. Mariposa lo hizo, sin dudarlo, a pesar de su timidez, de su miedo, de sus dudas. Al fin y al cabo, obedecer sin pensar era lo que más le gustaba, poco importaba lo que sucediese. A pesar de que supiese cuanto iba a suceder. Con el paso de los años, Mariposa había aprendido que si quería algo, su personalidad la empujaba a tener que pedir ayuda para conseguirlo. ¿Acaso vosotros sois tan autosuficientes para no necesitar a nadie en la vida? ¿Si? Entonces iros a vivir a una isla desierta. Porque resulta que somos personas viviendo en un mundo rodeados de otras personas. Un mundo agresivo, competitivo, un mundo donde cada uno mira por su propia supervivencia. Por eso, en ocasiones, pedir ayuda para conseguir algo no es un signo de debilidad, sino un reflejo de como encajas tú en la sociedad que te ha tocado vivir.
Levanté su falda y observé su tanga, estaba mojado, una mancha húmeda que se pegaba a los labios de su vagina revelando esa línea que revelaba la entrada a su sexo. Cogí los lados del tanga con los dedos y los deslicé por sus muslos para bajarlo hasta sus rodillas. Después me tomé mi tiempo para observar su coño mojado. No hablo de vagina, tampoco de sexo, ahora, observando esa parte del cuerpo de Mariposa, me niego a utilizar símiles. Seguí mirando, memorizando cada uno de sus pliegues, su forma, su olor y su tacto. Debía conocer ese coño de memoria, incluso a oscuras, porque es tan importante aprender como funciona los engranajes dentro de la cabeza de tu sumisa como importante es conocer los secretos que esconde su cuerpo.
Estamos hechos de carne, huesos y vísceras. Somos la creación más perfecta que existe. Pero ahora, ahí mismo, a cuatro patas encima de mi cama, lo único que yo quería era aprender y enseñar. Y en ese camino, encontrar el placer más mundano que existe, ese placer anclado en nuestra carne, en nuestros huesos y en nuestras vísceras.
Deslicé uno de mis dedos por sus labios húmedos metiendo un poco en su sexo. Mariposa suspiró, pero se quedó inmóvil, Luego, con otro de mis dedos comencé a describir círculos alrededor de su ojete hasta meter otro dedo. Con un dedo dentro de su sexo y otro dentro de su culo, comencé a moverlos dentro y fuera con suavidad mientras deslizaba mi otra mano hasta sus cabellos y tiraba haciéndola arquear la cabeza y la espalda. Estuve así un buen rato, metiendo y sacando los dedos de los agujeros de mi sumisa hasta que tuve que detenerme por miedo a hacerla correr. Todavía no era el momento.
La dejé descansar un rato, a cuatro patas encima de la cama, mientras iba a buscar varios preservativos y un tubo de vaselina. Se los enseñé a Mariposa quien sonrió avergonzada. Después desabroché los botones de su camisa y se la quité dejándola en sostenes y la falda. Me coloqué tras ella y vacié una buena cantidad de lubricante en su sexo y su culo, esparciéndolo con cuidado y metiendo de nuevo los dedos en ambos lugares para lubricarlos tan bien por fuera como por dentro.
-¿Qué va a suceder ahora, mariposa? -pregunté mientras la lubricaba.
-Vas a usarme amo,
-¿Por qué voy a hacerlo?
-Porque soy tuya, amo. Puedes hacer lo que quieras conmigo.
-¿Tienes miedo?
-Estoy nerviosa amo porque vas a usarme. Es lo que quería y estoy excitada, pero la vergüenza también me puede.
Mientras ella contestaba me había puesto el condón. Sin decir nada la cogí de las caderas y metí mi pene en su sexo hasta el fondo. Después agarré de nuevo con fuerza su pelo y comencé a cabalgarla mientras propinaba cachetadas en su culo, recordándole que me pertenecía y que iba a hacer cuanto quisiese con ella. Estuve follándola un buen rato mientras Mariposa hacía esfuerzos por no reaccionar, mordiéndose el labio para no gemir, cerrando los ojos, avergonzada. Le encantaba, pero también seguía teniendo una vergüenza paralizante. Era lo que ella deseaba, pero seguía siendo esa tímida muchacha que bajaba la vista cuando alguien la miraba. ¿Por qué Mariposa sentía tanto sonrojo si ya habíamos derribado todas las barreras y estábamos desnudos (o casi) y follando? Quien tiene el alma secuestrada por la vergüenza, es difícil que abandone su mente con apenas un par de embestidas. Aunque estuviese follándola durante horas y Mariposa se corriese una vez tras otra, seguiría secuestrada por su timidez. Debían pasar semanas, varios encuentros, para que el gusano eclosionase y surgiese de él una bella mariposa que echase a volar, totalmente liberada de la prisión del capullo.
Mientras la usaba para mi placer, comencé a meter un dedo en su culo. Habíamos hablado sobre el sexo anal y Mariposa me había dicho que, si estaba muy excitada, podía hacerlo. Parecía excitada, de eso no cabía duda. Decidí que iba a sodomizarla, primero porque me apetecía y en segundo lugar por todo cuanto significaba eso dentro de un primer encuentro entre amo y sumisa.
Saqué el pene de su sexo y lo coloqué en la entrada de su culo. Mariposa inspiró con fuerza, más nerviosa que nunca.
-Con cuidado, por favor amo -susurró.
Empujé poco a poco, abriéndome paso en su interior, cogiéndola con fuerza de las caderas para acabar con mi pene completamente dentro de su culo. Con cuidado pero con decisión. Me quedé allí, sin moverlo. Intentando adivinar si Mariposa estaba bien o, por el contrario, intentaba ocultar el dolor. Porque aunque la ecuación del dolor es una máxima en el BDSM; habíamos decidido que en esa primera sesión ella no quería probar el dolor, ni tan siquiera siendo sodomizada.
Y entonces fue Mariposa quien empezó a moverse hacia delante y hacia detrás, haciendo que mi pene entrase y en su culo, follándose ella misma. Deslicé mis manos bajo su cuerpo y pellizqué sus pezones a través de la tela del sujetador. Mariposa ahogó un grito. Después la cogí de las caderas y continué sodomizándola, siendo yo ahora quien marcaba el ritmo. Al cabo de un rato saqué mi pene de su culo y la ordené que se diese la vuelta, Mariposa apenas se atrevía a mirarme a los ojos. Le quité los sostenes y la falda y la coloqué boca arriba para poner sus piernas encima de mis hombros. En esta posición, completamente abierta, volví a meter mi pene en su culo y a sodomizarla, cogiéndola con fuerza del cuello, también le di alguna que otra bofetada no demasiado fuerte, tiré de su pelo y le mordí en el labio, castigué sus pezones y continué usándola hasta que me corrí dentro de su culo.
Mariposa me miró directamente a los ojos. Esta vez sí. Estaba sonriendo. Orgullosa de que su amo hubiese alcanzado el orgasmo. Su recompensa.
-¿La próxima vez me atarás a la cama, amo?
-Claro mi dulce Mariposa -contesté.
Mi pene continuaba dentro de su culo.
-¿Te ha gustado, amo? -preguntó-. ¿Has sentido placer usándome?
La diferencia entre una sumisa y una que no lo es radica en una pregunta tan básica como esa. ¿Te ha gustado amo? Por supuesto que me gustó. Pero lo que más me gusta es ver el angelical rostro de la mariposa que había echado a volar, con el pene de su amo aun dentro de su culo. Maravillosa contradicción entre lo mundano y lo poético. Una dulce muchacha siendo usada por un amo. ¿Qué hay de poetico en eso? Yo os contestaré cuanto de poético hay en eso: la sonrisa de Mariposa, eso mismo.
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