La conocí como Xiseta, pero ese no era su nombre sino un apodo que utilizaba en una red social, en concreto en esa famosa red donde un montón de gente desliza el dedo a derecha o izquierda, peleándose por conocer a otro montón de gente. La realidad es que todos acaban amontonados y peleados. Pero todo el mundo sigue ahí. ¿El motivo? Pues que si tienes paciencia puedes encontrar a alguien como Xiseta.
Su nombre de pila no lo diré aquí, a pesar de que hay cientos de mujeres que se llaman como ella. El único propósito de esta discreción es que el único nombre que a ambos nos interesaba era el nombre con el que la bauticé como sumisa: Loba.
La loba era una muchacha realmente atractiva. Soy consciente de que nadie me creerá cuando día (escriba) esto, pero su físico era lo que menos me interesaba. La loba era bajita, delgada, con el cuerpo lleno de tatuajes y una mirada tan limpia e indefensa como el de un recién nacido. Y no es que su físico dejase de interesarme porque no me pareciese atractivo, era una muchacha realmente atractiva. Pero en cuanto vi su mirada, me olvidé de todo lo demás y fue entonces cuando supe que quería que fuese mía.
Poco a poco, mientras hablaba con ella, todo de forma y manera tan epistolar como sutil, me di cuenta de que los ojos de esa muchacha realmente decían lo que sus palabras después confirmaron. Era una sumisa, o quería serlo. Pero el miedo y la timidez la alejaban de mí cada vez que me acercaba. Xiseta era una loba, pero también era el inocente corderito que huye despavorido ante un lobo.
Dos lobos luchando, menudo negocio. Aunque como todo animal, también nos movemos por instintos y finalmente, tras semanas de charlas, la loba tomó la decisión de tener una primera sesión con su primer amo. La suerte hizo que ese tipo fuese yo. La suerte para ambos, aclaro.
Nos citamos en mi casa, la ordené que viniese vestida igual que como aparecía en las fotos de la red social, con pantalones cortos y camiseta. Solo que también la ordené que no llevase ropa interior. A medida que se acercaba el momento, mis dudas respecto a si vendría o no, eran cada vez mayores. Al final apareció, vestida tal y como le había ordenado. En persona parecía aún más frágil y más hermosa de lo que sus fotos habían pretendido engañar. Era como un ángel caído del cielo. Un ángel a mi disposición.
Mis dientes comenzaron a crecer, afilados, hasta casi rayar el parquet de mi casa.
La acompañé hasta el comedor y la ordené que se quedase inmóvil, en silencio. No hacía falta que hablásemos de nada porque llevábamos semanas acordando lo que íbamos a hacer, hablando sobre límites y prácticas. Discutiéndolo absolutamente todo para que ella se sintiese segura y yo no pudiese errar ni un milímetro. Puede que fuese una espera demasiado larga, pero así han de hacerse las cosas cuando quieren hacerse bien.
A continuación metí una de mis manos dentro de sus pantalones cortos y empapé mis dedos en su sexo mojado. Muy mojado. Perfecto. La loba se estremeció, pero aguantó en pie. Después saqué los dedos y los introduje en su boca para que saborease su propia excitación. Después la cogí del pelo y la obligué a arrodillarse, la ordené que pusiese las manos en su espalda y, sin demasiados preámbulos, metí mi pene en su boca, permitiendo que la loba, ese delicioso ángel, me demostraste que era capaz de hacer mientras yo, sin soltarla del pelo, marcaba el ritmo. Hundiendo mi pene en su boca, provocándole arcadas de vez en cuando e indicándole como debía usar su lengua.
Educándola.
No tardé demasiado en correrme, la primera vez lo hice dentro de su boca, después la ordené que lo tragase y que abriese la boca para mostrarme lo obediente que había sido.
Ella obedeció.
Después de eso la llevé a la cama, la desnudé por completo y usé su cuerpo disfrutando de la sumisa en que se había convertido, usando su coño y su culo para lo único que importaba en esos momentos: mi placer. La até, la azoté, la follé y la sodomicé mientras ella aguantaba sin elevar ni una sola queja, poniendo todo su empeño para que su amo disfrutase porque ahí es también donde se escondía el placer de la loba. Cuando iba a correrme, saqué mi pene de su culo y le llené la cara de mi semen.
Sucedió así, sin adornarlo de adjetivos propios de novela romántica: mi pene saliendo de su culo y llenándola el rostro de semen.
Puede que todo esto, visto desde una óptica ajena a cuanto sucedió en esa habitación, os parezca que es un viejo abusando sexualmente de una jovencita. ”¿Así es como la educaba?” Pensaréis. “Eso también puedo hacerlo yo y no soy amo”, diréis otros. Bueno, si os fijáis exclusivamente en el plano físico de lo sucedido, no puedo más que daros la razón. Pero existe otra cosa que muchos de vosotros no conocéis ni conoceréis nunca: existe la voluntad, el sacrificio, existe la forma en que usé a la Loba para mi placer, existe un barniz de verdadera dominación y sumisión que sois incapaces de interpretar entre estas líneas.
Cuando acabamos, la dejé atada a la cama, con su angelical rostro lleno de semen mientras me iba a duchar. Al volver, la desaté, la llevé hasta la ducha y la ayudé a limpiarse bien para despojarse por completo del disfraz de loba. Después volvimos a la cama y hundí mi cabeza entre sus piernas para recompensarla con todos los orgasmos que ella fuese capaz de alcanzar (o todos los que yo le pudiese dar).
Después de eso nos vestimos, pedimos una pizza y nos sentamos en la mesa del comedor a comer y a charlar acerca de cuanto había sucedido. Comprender que había ido bien y que no había ido tan bien. Pretender alcanzar la perfección es imposible, aunque lleves decenas de años dominando o siendo dominado. Porque cada persona es diferente y merece el esfuerzo ser tratada como lo que es: alguien único. Ese esfuerzo se construye con el diálogo, la comprensión, el respeto y la amistad.
Puede que, al acabar este relato, sigáis pensando que lo sucedido fue que un tipo mayor se aprovechó de su condición de amo para usar sexualmente a una jovencita. No os culpo de ello, aunque eso significaría que sois vosotros quienes no habéis hecho ningún esfuerzo por leer entre líneas. Quien no se esfuerza, no comprende.
Pero nosotros dos, la loba y el amo, sabemos lo que sucedió realmente.
También lo que volverá a suceder. Aunque creo que volveré a bautizarla y cambiaré lo de "loba" por "mariposa".
Mi mariposa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario