"No hables con esa persona", te repite ese diminuto angelito que reposa sobre uno de tus hombros. "Habla con él", susurra el pequeño demonio desde el otro hombro.
Existen muchos motivos para pensar que soy una persona perversa o corruptora de angelicales almas. Si solamente lees este blog entonces me imaginarás como un depredador de dientes afilados que serpentea entre las mujeres en busca de la víctima más propicia.
"Me han dicho que no hable contigo", dice la muchacha, entornando los ojos. ¿Quién se lo habrá dicho? Posiblemente uno de esos angelitos que lo juzgan todo, que se creen por encima del bien y del mal, uno de esos anónimos angelitos que creen que el control es cariño. Y digo "posiblemente" porque yo, a diferencia de esos angelitos, no juzgo sin conocer.
De acuerdo, culpa mía, quizás critique a angelitos cuando la realidad es que yo soy el pequeño demonio. La diferencia radica en el control. Yo nunca diría a alguien "no hagas eso". En todo caso diría "intenta hacer eso".
Observemos el activismo político. Existen dos formas de manifestarse: ir en contra de algo o a favor de algo. Cuando veo una manifestación que va en contra de algo, de inmediato deja de interesarme. Cuando veo a gente manifestándose a favor, para celebrar o conseguir algo, entonces sí que me interesa que pretenden conseguir. Algunos podrían decir que manifestarse en contra de algo es también manifestarse a favor de lo contrario (y viceversa). Pero resulta que en todo cuanto de binario hay en el mundo, nunca me han interesado los "no", el ir a la contra o los angelitos moralistas que te advierten de cuanto no debes hacer.
Es más inteligente descubrir las cosas por ti mismo que escuchar lo que los otros tienen que decirte sobre esas cosas. Por el sencillo motivo de que los demás no son nosotros.
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