Cuando llega el día de nuestra primera sesión BDSM es cuando el mundo se derrumba a nuestro alrededor. La respuesta es bien sencilla: nos es permitido ser valientes cuando la distancia es la suficiente. Pero llega el día de la primera sesión y el azul del cielo se torna de un rojo sangre, comenzamos a pensar que la persona con la que nos vamos a encontrar es el mismísimo diablo y poco nos falta para salir corriendo hasta la comisaría más cercana a pedir ayuda. Nos detenemos un momento, antes de salir a la calle, y nos preguntamos por qué lo que ayer era deseo, hoy se ha transformado en temor. De repente hemos adoptado tal fragilidad que imaginamos que si alguien nos abrazase, nos romperíamos en mil pedazos, literalmente.
¿Y ahora qué? ¿Cómo volver a convertir el miedo en deseo? ¿Debo acudir a mi primera sesión con tal fragilidad impregnada en todas las partes de mi cuerpo? ¿Por qué si ayer confiaba, hoy desconfío?
En el deseo se combinan la química (del cerebro), la psicología y lo cultural (o lo moral, en el caso del BDSM). Apetece romper los esquemas, romper con nosotros mismos, adoptar un rol y hacer todo cuanto nos habían dicho que no debíamos. La búsqueda de eso tiene como motor el deseo, pero cuando llega el momento de convertirlo en realidad, nuestro cerebro se encarga de boicotearnos y utiliza la psicología y lo cultural para recordarnos que "las personas cuerdas no actúan como vas a hacerlo tú".
Lo mismo que sucede ante el saltador de puenting que se bloquea a la hora de saltar. O también ese deseo que hace que el perro se vuelva loco al saber que va a salir a la calle o que le van a poner la comida, pero cuando comen o caminan, ese deseo desaparece.
Nos gusta ilusionarnos porque el deseo es adictivo, las químicas que se desencadenan en nuestro cerebro son drogas placenteras que nos hacen imaginar un mundo mejor, donde no somos juzgados. Un mundo donde, por vez primera, nosotros somos nuestra prioridad.
Por eso mucha gente no prueba el BDSM hasta edad muy tardía, porque la razón siempre se impone al corazón y en el último momento dan un paso atrás. La gente podría pensar que los jóvenes son estás más predispuestos a comenzar en el BDSM porque buscan el placer sin pensar en nada. La realidad es la contraria. Los jóvenes también tienen ese momento de duda antes de comenzar, pero como son jóvenes imaginan que les queda mucho tiempo por probar. Pueden permitirse el lujo de dejarlo para mañana. Y así pueden pasar días, meses e incluso años.
La gente de más edad tienen las cosas más claras, están cansados de vivir siempre por y para los demás, saben que no les queda tanto tiempo por delante para atrasar lo nuevo. Y lo más importante: cada vez hay menos cosas nuevas en sus vidas. Por eso, aunque el miedo les congele justo antes de la sesión, siguen caminando. Porque eso es lo más inteligente y porque la vida consiste en imponerte a ese yo que otros han construido. Y para eso, se necesitan años y más años de vida.
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