Cuando algunas personas se enfrentan a una sesión BDSM por primera vez, lo primero que dicen es que no quieren sentir dolor. En las siguientes sesiones, comienzan a abrir la mano y experimentan con cachetadas, azotes o tirones de pelo. La inercia de nuestra moral nos empuja a rechazar el sentir dolor como parte del placer. Aunque también hay personas que quieren experimentar dolor en su primera sesión. Lo primero que recomiendo es que, si quieres experimentar dolor en tu primera sesión, te asegures que la persona con quien vas a tener esa sesión es exactamente la persona dominante que deseas y que, además, tenga claro no solo que hacer para que experimentes dolor sino como debe hacerlo. Los riesgos de una primera sesión con dolor y personas sin experiencia va desde un moratón a una costilla rota.
Los dominantes tenemos el beneficio de la decisión y de la voz. Eso debería hacernos pensar sobre la responsabilidad que tenemos respecto a las personas dominadas. Nuestro ego debería quedar fuera de la ecuación y deberíamos empatizar con las necesidades de la persona dominada. De acuerdo, esa persona quiere sentir dolor ¿pero cómo? Ahí está la clave, cualquiera puede infligir dolor (físico o emocional) a otra persona. No hay que ser un experto para dañar a otra persona. Lo hacemos a diario sin darnos cuenta. Pero infligir dolor físico que sea la puerta al placer y que no tenga consecuencias en forma de secuelas es algo mucho más complejo que simplemente propinar un tortazo a otra persona.
Primero debemos comprender por qué el dolor se traduce en placer. O lo que es lo mismo: debemos comprender a la persona a quien vamos a "dañar". Desde el punto de vista fisiológico, el dolor puede traducirse en placer por un motivo bien simple: el dolor y el placer nacen del mismo neurotransmisor que se llama dopamina. La dopamina, que nos proporciona una sensación de placer, también puede ser liberada porque experimentes dolor. Así de sencillo es: el dolor puede producir placer. Otro motivo es el psicológico: hay personas con claras tendencias masoquistas que experimentan placer en el acto de ser castigados, de sentir dolor. Y no es algo físico (que también) sino que es algo intelectual.
Así pues, el dolor puede traernos placer tanto por la química del cerebro como por lo emocional del contexto. Aunque creedme cuando os digo que da un poco igual si es por un motivo o por otro. Evidentemente que como dominantes debemos darle a la persona dominada el mejor escenario para que consiga el placer intelectual a través del dolor, pero no hay que obsesionarse con si la causa del placer es lo intelectual o lo físico. Lo mejor es dialogar con la persona, comprender que es lo que quiere experimentar y luego, en la sesión, mediante sus respuestas a tus actos, comprender como funciona esa persona.
Y no os asustéis porque hablemos de dolor. Si alguien quiere experimentar dolor, la persona que le infrinja dolor la estará ayudando (si lo hace bien).
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