Son demasiadas las personas que dudan de sus capacidades y en este ejercicio hacen gala de una nueva y recién adquirida incapacidad. Intentaré explicarme mejor: dudan que puedan llegar a ser quienes aspiran a ser, pero no porque se vean incapaces sino porque valoran más otros condicionantes de sus vidas que a su propia persona. Por ejemplo, apenas disponen de tiempo libre y creen que una sumisa lo ha de ser a toda hora, siempre dispuesta, como un servicio de atención al cliente 24 horas. Creen que si, en algún momento, su amo pretende disponer de ellas o preguntarles algo y no pueden contestar inmediatamente, son malas sumisas. Creen que una tarea que tardan en completarla, las convierte en malas sumisas. Otro ejemplo donde se impone la duda por encima de la realidad es que muchas creen que nunca estarán a la altura de las circunstancias: ¿y si decepcionan a su amo? Es curioso, deciden no comenzar algo solo por el miedo a un eventual fracaso. No obstante, conocen a gente, se enamoran, cambian de trabajo, prueban una nueva receta de cocina o montan en moto, asumiendo que el fracaso forma parte de la vida (el fracaso no les frena).
No tengo tiempo… seguramente te decepcionaré… no sé qué quiero realmente… ¿Qué son todas estas frases? Excusas, por supuesto. Y no culpo a nadie porque yo también me excuso cuando deseo algo con todas mis fuerzas: se llama temor al fracaso. Cuanto más lo deseas, más miedo tienes y más te frenas. Nosotros somos nuestros propios enemigos. Y en este ejercicio, acabamos ahogados en ese mar embravecido que se llama "frustración".
Por supuesto que no tienes tiempo, por supuesto que acabaras decepcionando a alguien, por supuesto que no sabes qué quieres realmente (ni tú, ni nadie). ¿Pero eso te va a frenar? Si yo no soy perfecto... ¿Por qué tú pretendes serlo? Si tú no eres perfecta... ¿Por qué pretendes que lo sea yo?
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