Creemos que la vida es algo infinito. Cuando somos jóvenes levantamos la vista al frente y nos forzamos a imaginar que nos quedan miles de cosas por hacer por delante. ¡Qué maravilloso momento el de la juventud! Después pasan los años (tic, tac, tic, tac), cumplimos o rompemos nuestros sueños en mil pedazos y llega un momento en que echamos la vista atrás y caemos en la cuenta de que hemos vivido más de lo que nos queda por vivir. Y es entonces cuando asumimos que muchas de esas cosas que no hemos eso, esos sueños rotos, seguirán ahí, inmóviles o esparcidos por el suelo, sin que nunca más podamos recuperarlos.
Aunque todo esto no es malo porque vivir consiste precisamente en eso.
Tengo la firme convicción de que los sueños rotos son los que construyen nuestra personalidad. Aprendemos más de los errores que de los aciertos (la cultura del error) y, cuando llega ese momento, echas la vista atrás y te das cuenta de que ese demonio imparable que es el tiempo, además de ser imposible de frenar, es impecable. Entonces te enrollas la toalla a la cabeza y decides salir desnudo a la calle después de la ducha, sin importarte lo que digan, sin importarte tampoco los juicios que puedas hacer sobre ti mismo.
Aquí debería haber uno de esos carteles luminosos de "¡Alerta!", para avisarnos de que, a pesar de que decidamos caminar con paso más firme, siempre aparecerán los mismos miedos, errores e inconvenientes del pasado. Aunque nos reinventemos, aunque cojamos aire y la valentía se apodere de cada uno de nuestros actos, eso no nos asegura el éxito. Porque la vida es finita pero también profundamente imperfecta.
La única diferencia es que cuando éramos jóvenes y teníamos la vista clavada al frente, imaginando, nos equivocábamos y éramos incapaces de continuar caminando. Ahora, cuando el color gris pinta nuestros cabellos y cada vez cuesta más recuperarnos de una noche de fiesta, tenemos la capacidad de manejar esos errores, capaces de continuar a pesar de los problemas. Aun y así, con el paso de los años hemos adquirido una nueva habilidad también (que contradice a la anterior): la de cerrar el libro y comenzar una nueva narrativa.
¿Pero sabéis que sucede? Que, con toda seguridad, la nueva novela nos llevará a errores parecidos. Porque la vida es profundamente imperfecta, ya que nosotros somos imperfectos y eso que llaman "experiencia", en la mayoría de los casos, es una milonga.
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