Algunas personas creen que algunos hombres (o todos) estamos obsesionados con el sexo anal. Obsesionados con que el único lugar donde queremos introducir nuestro pene es el culo de una mujer (o de otro hombre). Cuando estas personas se meten en el mundo del BDSM protestan a los cuatro vientos “por el culo también ¿no?". Quizás deberíamos comprender antes la diferencia entre el sexo anal convencional y el sexo anal en el BDSM. Si hablamos del acto físico, no hay grandes diferencias porque resulta que esa diferencia, de haberla, está en la cabeza, no en el culo.
El sexo anal siempre ha sido considerado una práctica “contra natura”. Para la iglesia, el acto sexual solo tenía una finalidad: la reproductiva. Para esos señores con anillos de oro y togas de colores, el acto de introducir tu pene en el ano de otra persona (hombre o mujer) está prohibido (o es pecado) porque, a día de hoy, nadie se ha reproducido por esa vía. Aunque no perdamos la esperanza. Y puestos a confiar, confiemos también en que la iglesia católica actualice un poco su software. Otro apunte: hasta el año 2013, en Estados Unidos (ese lugar que presume de libertades) aun quedaban nueve estados donde el sexo anal era delito penado por la ley. Tuvo que haber un fallo de la corte suprema para que se derogaran todas esas leyes propias de personas que gobiernan con un sombrero de papel de plata en sus cabezas.
En el siglo XXI el sexo anal continúa siendo una práctica "no bien vista" (por razones éticas y religiosas) pero extendida en las relaciones de pareja. Como siempre, la realidad va unos cuantos pasos por delante de lo que decimos que es la realidad.
En el sexo anal convencional, la pareja se preocupa por que el otro se sienta cómodo, no interpreta la sodomización como un castigo ni cómo aprovecharse del otro, es solamente un acto donde los dos disfrutan sin pensar demasiado ni darle ningún otro significado.
El sexo anal en el BDSM es utilizado como herramienta para demostrar quién manda, para humillar o como castigo. Sentimientos todos que suceden dentro de la mente de la sumisa, no dentro de su culo. La sumisión física y psicológica que comporta esta práctica es el gran atractivo que tiene frente a la penetración “normal”, practiques o no BDSM.
¿Qué opino yo de todo esto? Si habéis leído mis relatos sabréis que el sexo anal es algo que utilizo a modo de "punto de no retorno" en cualquier narrativa BDSM. Aparte de esto, es algo que (como amo o no) me gusta hacer. ¿Soy por eso un pervertido o un egoísta? Ya os contesto yo: sexo anal aparte, por supuesto que soy un pervertido y un egoísta. Todos, en cierta manera, lo somos. Pero no nos equivoquemos de agujero (que fino estoy hoy), el sexo anal me gusta por lo mismo que me gusta el BDSM o el arroz con leche. Aquí hablamos de gustos, más allá del subtexto. Nunca lo he exigido como parte imprescindible de una sesión, pero me gusta. No es imprescindible, ni necesario, ni excluyente... pero sigue gustándome.
Soy consciente que he simplificado en demasía el tema, ya hablaremos en profundidad (nunca mejor dicho) más adelante, ahora solo es una anotación a pie de página.
¿Me podéis dar un aplauso por el aluvión de dobles sentidos? De nada.
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